Capitulo XXV

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Un nuevo comienzo
                     

Llegue al hospital. Antes de entrar al pasillo fui interceptado por aquella doctora rubia. ¿Como es que se llamaba? ¡Camila!  Había pasado un tiempo sin verla, pero tenía que aparecer justo en éste momento.

– Hola Edi, ¿como estas? – dijo poniendo la mano en su brazo y aparentando ligeramente.

– Hola doctora ¿cómo está? pues... llevo un poco de prisa, ya dieron de alta a mi novia, le traigo ropa para llevarla a casa – hizo ademán a la maleta que llevaba en la mano.

– Oh... es magnífico que se recuperará de una manera tan satisfactoria. es un gusto. ¿Entonces...? – chasqueo la lengua– ya no te veremos más por aquí, ¿ehh?

– Bueno, eso espero.

– Mmm es triste. Las chicas ya se habían acostumbrado a la presencia de un caballero en el piso. – pasaba su dedo por el pecho de Eduardo.

Eduardo hizo un ademán con la mano para restarle importancia,
– no creo, casi nunca estoy aquí.
Bueno, tengo que ir con mi novia, ha de estar desesperada por irse. Ha sido un gusto saludarla doctora... Camila.

– El gusto a sido mío Eduardo – le mostró una sonrisa coqueta.

Después de ese incómodo momento se fue directo al cuarto de Monique, al abrir la puerta se percató que ya no tenía los catéter y ya se había bañado.

– Hola muñeca, ya estoy aquí. – dijo con una enorme sonrisa.

– Hola... – sonrió tímidamente – Por dios trajiste ropa como para un regimiento, ¿pues cuanto tiempo esperas que me quede? – dijo haciendo una mueca divertida.

– Pues... – se acercó lentamente, la tomo de la cintura y la atrajo hacía su pecho, despues dejo un beso sobre la coronilla de su cabeza. – todo el tiempo que pueda – dijo sin dejar de estrecharla. y ella sonrió para sí.

– Bueno, ¿entonces...? woww veamos que trajiste – trato de cambiar el tema.

– Creo que puse unos pantalones de ejercicio por ahí, traen la chamarra...

– Oh, bueno, entonces serán esos, ¿trajiste las zapatillas de deporte?

Eduardo se quedó mirando haciendo una mueca
– Creo que no... ¡pero traje éstas! – le mostró sonriendo unas pantuflas de vaca.

– ahhh – se carcajeo al verlas – mis pantuflas de vaca, sabes que las adoro, adoro todo lo que tenga que ver con vacas. – mostró una sonrisa resplandeciente.

Eduardo sonrió
– Eres rara señorita Monique. – levantó una ceja y se carcajeo también. tenía una voz profunda y sexi, creo nunca me aburrire de escucharle reír.

– Bueno,me cambiaré.– En cuanto Monique salió del baño Eduardo ya tenía todas sus pertenencias guardadas en el pequeño neceser que Nora había traído. – Muero de hambre – dijo Monique.

– Bueno, te invitaría a un restaurante, pero Leonora quería prepararte algo rico para comer. Y déjame decirte que ella es la mejor cocinera. Cualquier cosa que ella prepare sabe a gloria.

– Bueno, entonces probemos la gloria – Sonriendo le guiñó un ojo.

Eduardo se acercó a ella y la tomo cuidadosamente por el cuello, le obligó a verle a los ojos,

– ¿Sabes cuánto me gustas? – ella sin dejar de mirarlo negó con la cabeza. – Pues... entonces tendré que demostrártelo –
Unió sus frentes y lentamente comenzó a acercar sus labios.
A Monique se le acelero la respiración, besarlo era increíble, sabía que probablemente nunca se cansaría de besarle. apenas habia cerrado los ojos cuando se escucho que tocaron la puerta.

– ¡ADELANTE! – Grito Eduardo en un suspiro, pero no sé aparto de Monique.

– ¡Hola, venia por ustedes! – dijo Lilia con una amplia sonrisa, ella y Monique habían entablado una bella amistad. – Te voy a extrañar Moni bella, eres una chica increíble, espero volverte a ver. Bueno... obviamente no aquí – Sonrió – muy bien, Moni siéntate en la silla de ruedas y Eugenio les acompañará hasta la recepción. – Eugenio era uno de los camilleros del tercer piso.

– También te voy a extrañar Lilia, mucho.
Espera te daré mi número de celular para estar en contacto y salir a tomar algo... – Monique había olvidado que su celular se había perdido el día del ataque – Rayos... no tengo mi número.

– Dale el mismo muñeca, ya mandé a hacer una reposición del número, en dos días estará listo. – beso su frente, y Monique sonrió ante el gesto de su nov... esperen, aún no es su novio. Monique sacudió su cabeza.

– Gracias – apunto su número en la tablilla que traía la enfermera. – Bueno pues... nos vamos – sonrió y se sentó en la silla de ruedas ya que es política de todo hospital acompañar a los pacientes en silla de ruedas hasta la recepción.

– Adiós Moni, estamos en contacto sale, – dijo haciendo ademán al número de Monique. – cuídate mucho, y nada de esforzarte de más, ni aunque te sientas bien. ¡recuerda lo grave que estabas! – dijo esto último casi gritando pues ella no salió del cuarto, probablemente se quedaría a arreglarlo para algún nuevo paciente.

– ¿Estás emocionada? – pregunto Eduardo aparentando su hombro, Monique asintió, pronto llegaron a la estación de enfermería, y como era de esperarse él robo muchas miradas,
en eso llegó una doctora, la rubia que ya había visto antes Monique en éste piso.

– ¿se van? me da gusto que estés bien – dijo mirando a Monique. pero de inmediato fijo su vista en Eduardo.

Ahí estaba otra vez esa mirada, si, esa de. "hazme un hijo", o "te quiero en mi cama" ¿que de verdad no se daban cuenta de cuan evidentes eran? o no les importaba que yo estuviera justo a su lado. la doctora tocó de un modo muy confianzudo el brazo de Eduardo, ¡encima le decía Edi!, No, creo que de verdad no les importaba que yo estuviera aquí. Empezaba a sentirme un poco molesta, creo que él lo noto puesto que se despidió de inmediato dejando a unas no muy conformes mujeres "desquiciadas".

– ¿Estás bien? – pregunto Eduardo nuevamente.

– Si, solamente estoy un poco cansada. – mintió, pues ¿como en su vida iba a responder que estaba celosa? – y tengo hambre – en eso no mintió.

– Bueno, ahora que lleguemos a la casa comerás las delicias de Nora, – le guiñó un ojo.

– Si, lo haré. – entraron al ascensor, no tardaron casi nada en llegar a la planta baja.

– Listo, – dijo el camillero que no había hablado en todo el camino, – que tengan un buen viaje.

– Gracias, – dijeron ambos.

Eduardo tomo a Monique del brazo y la ayudo a levantarse pese a que ya estaba mejor.
– Puedo caminar bien, gracias.

– Recuerda lo que dijo la enfermera. Que no porque te sintieras bien te exigieras de más.

– Está bien, está bien. – rodó los ojos, pero sonrió, era lindo que se preocuparan por ella. Salieron del hospital y Eduardo la llevo hasta su camioneta.

– ¿Lista? vamos a casa, a un nuevo comienzo muñequita.

– Si, un nuevo comienzo.

– Ah por cierto, mirá. – estiró su mano al asiento de atrás y saco un gran ramo de rosas, me lo entrego – Para tí preciosa.

No pude evitar sonreír como tonta, era un hermoso gesto, incluso sentí toda clase de cosas en mi estómago, ¿indigestión quizá? naa era el maldito cupido jugando conmigo.
– ¡Muchísimas gracias! son hermosas...

– ¿De verdad te gustaron? sé que tus favoritas son las camelias.

– Me encantaron, de verdad son hermosas – y me acerque a olerlas, su aroma era fresco, me brindaron una paz que hacía mucho no sentía. Quizá, solo quizá podría ser feliz con él.

La fuerza del destino (Sin editar)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora