Capitulo XXXII

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Eduardo

Estaba sumamente desesperado y molesto.
Se que no tenía derecho, pero de verdad estaba preocupado por ella, era muy pronto para que estuviera sola. Toqué el timbre varias veces, sabía que estaba dentro, puesto que se escuchaba música de fondo. Por fin abrió la puerta, tenía las mejillas rojas y los ojos entre cerrados: había estado bebiendo puesto que me dió el aroma a tequila. Sé que era mi culpa, que le había dolido pero eso no evitó que me molestará, Laura no merecía que ella se pusiera así por su causa.

—¿Que quieres? —articuló Monique molesta—te dije que me dejaras tranquila Eduardo? ¿ó que entendiste tú por «necesito pensar»? no eran palabras en clave, ¡De verdad, necesito pensar! —Pase a su apartamento sin que ella me invitará, ella solo puso los ojos en blanco.

—A si claro, puedes pasar —pronuncio  sarcásticamente aunque realmente no me importo mucho. Mire hacia a todos lados, todo estaba como lo habíamos dejado, exceptuando una botella de tequila que se encontraba en el suelo, me gire para encararla.

—Vendrás conmigo a casa. —Monique abrió los ojos con sorpresa, y se quedó unos segundos boqueando aire. Pero de inmediato se recompuso.

—¡¿Disculpa?! —dijo a la defensiva.

—Que vendrás conmigo —hable con un tono menos tranquilo.

Monique

¿De verdad estaba diciéndome lo que tenía que hacer? —¡¿Y quien rayos te crees para mandarme?! —esta vez si que estaba molesta —Escúchame muy bien Eduardo, y que te quede muy claro: ni mi padre me obligó a hacer lo que él quería, ¿quien te hace pensar que tú si? no tengo 10 años para que creas que puedes mandarme. Él simplemente se quedó de pie mirándome frustrado, era obvio que estaba molesto.

Pero yo estaba también muy molesta, nunca, en toda mi vida alguien me había ordenado de esa manera, no sé que pensaba Eduardo, o como reaccionaban las chicas con las que él estaba, pero de algo debía estar seguro, yo no era una de esas tantas, conmigo se topaba con pared.

—¿Yo...? —se paso una mano hechando su cabello hacia atrás en señal de frustración– sé que estás molesta ¿vale? y tengo la culpa, ¡lo sé! —ahora comenzaba a suavizar su tono de voz —. Pero por favor, escúchame, solo escucha lo que quiero decir. —Le hice un ademán para que se sentará y después me crucé de brazos.

—Cinco minutos Eduardo, y no me iré contigo, que te quede claro —Tome el mando a distancia y baje el volumen de la música, ahora sonaba, Lo noto de Hombres G. Nada como éste tipo de música para abrir más las heridas.

—Veras... conozco Laura desde hace dos años —frunció el entrecejo mirando hacia el suelo, había visto la botella de tequila. Yo aún sentía el calor que había provocado, y de hecho me sentía un poco mareada, solo espero que no notará que estaba ebria. —¿estabas bebiendo? —pregunto de repente

—¿Eso que tiene que ver con lo que querías hablar, se acaba el tiempo Eduardo...? —Me puse roja, de hecho me dió un poco de vergüenza. Hice ademán de mirar la hora en mi reloj, todo con tal de desviarlo de mi recién adquirido amor por el tequila. —Vamos necesito descansar.

—Perdón... –murmuro mirándome con tristeza. —Veras, conozco a Laura desde hace tres años, la noche que tú... emmm. — se veía nervioso, quizá la razón era que él nunca había tenido que dar explicaciones a alguien en su vida. realmente no lo sé. —La noche que me llevaste los papeles para firmarlos, esa noche ella estaba en mi casa. —Automáticamente se me vino a la mente la escena de aquella chica amarrada a la silla desnuda, ¿era ella?

La fuerza del destino (Sin editar)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora