Capitulo XXXIV

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Termine el día sin hablarle, él tuvo que irse a arreglar algunas cosas con algunos clientes. Eso me facilito mucho las cosas, estaba totalmente sumida en mis pensamientos, no podía dejar de pensar en esa estupida besándolo, la forma en la que se inclinaba sobre él, y él, ¡¿Cómo pudo permitir que ella siquiera se acercara de esa manera?! Estaba llena de furia, no podía creer que él lo hubiera permitido, tenía un dolor en el pecho, quería llorar de coraje, no dejaba de preguntarme, ¿Por qué? ¿Por qué? si la había permitido llegar hasta ahí era porque él aún sentía algo. Era porque ella aún causaba algún efecto sobre él y eso me llenaba de celos y coraje. —¡Maldito amor! —grite furiosa.

Ya casi eran las seis pm, hora de irse. Hoy no había habido demasíado trabajo, y gracias a eso podría irme, decidí que lo mejor era irme a mi apartamento, apenas el fin pasado Eduardo me había acompañado a cambiar la cerradura y a limpiar puesto que éstas semanas me había quedado con él. Estaba recogiendo mis cosas cuando alguien toco mi puerta y se asomó una melena negra, era Tania.

—Emm señorita Monique —se asomó indecisa—. Espero no importunar, solo quería avisar que me iba —Tenia una mirada inquisitiva, estoy segura supo todo.

—Está bien, no te preocupes. —Ella me sonrió cortésmente, parecía que quería decirme algo.

—Hasta mañana, y... Señorita Monique, no fue mi intención dejar entrar a esa mujer, es solo que ella se apresuró a entrar sin siquiera dejarme anunciarle.

—Tania, nada es culpa tuya. No te preocupes si, puedes irte. —Trate de sonar tranquila, aunque por dentro estuviera gritando de impotencia. Ella solo asintió y salió cerrando la puerta tras de sí. Después de verla salir me puse a escribirle una nota a Eduardo.

«Eduardo, me iré a mi apartamento.
Por favor, no me vayas a buscar y tampoco me llames, necesito estar sola y pensar.

Monique»

Me levanté y fui a dejar la nota sobre su escritorio, al entrar de inmediato los recuerdos me inundaron, gire sobre mis talones y salí de ahí lo más rápido que pude.
Al salir del edificio detuve un taxi, seguía dándole vueltas a lo ocurrido, comenzaba a confiar en él, y me di cuenta lo poco que se necesita para derrumbar lo que con tanto trabajo hemos construido, basta un solo acto para destruir la confianza. No sabía si estaba siendo demasíado exagerada, si las cosas no eran tan grandes como para que yo reaccionara de ésta manera. Pero lo que si sabía era que me había dolido demasíado.

De pronto mi celular vibró, creí que era Eduardo, por eso le había quitado el sonido puesto que había estado llamando el resto de la tarde, pero cuando lo abrí era un mensaje de un número desconocido.

«Te arrepentirás de estar con él,
es mío. Yo soy quien le hace llegar
al cielo y al infierno con un solo
acto. Tú solamente eres algo nuevo
para él, una experiencia diferente.
¿Por qué crees que dejó que le besara?
¿Crees que si no hubieras llegado
habría interrumpido nuestro beso?
No sabes cuántas veces hicimos el
amor sobre ese mismo escritorio,
yo abierta para él. Al final también
me necesita, al final yo sigo teniendo
poder sobre su cuerpo. Recuérdalo
la próxima vez que lo beses zorra, ó
la próxima vez que toques el escritorio»

¡Maldita¡ —Grite, gabandome una mirada de reojo por parte del taxista. ¡¿Cómo carajo había conseguido mi número de teléfono?! sentí mi sangre hervir, quería tenerla frente a mí para poder destrozarle su bonito rostro, la odiaba más que a nada en éste mundo. Ésto no se quedaría así, no me iba a dejar amedrentar, y por supuesto que no pensaba dejarle vía libre con Eduardo, él me escucharía, y le daría una lección. Pero ella, ella no sabía lo que había comenzado ni con quién se había metido, yo no era de las que retrocedían, no, yo encaraba los problemas.

La fuerza del destino (Sin editar)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora