CAPÍTULO 36

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Habíamos decidido que primero íbamos a tener unas relajantes vacaciones y luego ya, ambos empezaríamos a trabajar y a buscar a mi madre. 

Nos vamos a ir a Punta Cana a la playita. Hoy mismo partimos hacía allá. Hay unos 13.000 kilómetros, unas 13 horas y pico en avión, agotador. 

Nuestra relación estaba en una época de oro. Nos apoyamos, queremos y mimamos más que nunca. Incluso, me hace olvidar de la mierda de vida que tengo. Mis planes de futuro se han ido a la mierda. Espero que pueda compaginar el trabajo con los estudios, porque quiero seguir estudiando. 

En el aeropuerto me compré un libro para pasar el rato en el avión, seguro que no consigo dormirme. 

· 

Ya estábamos en Punta Cana, es precioso. Tiene una playa muy clarita y mogollón de palmeras. 

Bostecé. 

- ¿Dormiste mal? - me preguntó Rubén. 

- Si. - dije perezosamente. 

- Dormimos un poco si quieres, aquí todavía son las 5 de la mañana. 

- Está bien. 

Fuimos a nuestra habitación. Era indescriptiblemente preciosa. Teníamos una cama de matrimonio, unas vistas a la playa y estaba todo reluciente. Es una pena que solo estemos aquí por 4 días. Pero ahora es momento de dormir. 

Me tumbé en la cama, me quité las zapatillas y a sobar. Noté un cuerpo pesado a mi lado, será Rubén. También podía ser un actor multimillonario, pero es más convincente que sea Rubén. 

Unos rayitos de sol me despertaron. Miré hacia mi lado, estaba Rubén durmiendo, es tan mono. Como en las típicas películas, me levanté de mi enorme cama y fui a mi enorme ducha a ducharme. Me puse mi albornoz bordado con los nombres del hotel y una toalla blanca rodeando mi húmedo pelo. 

Llamé por teléfono a la cafetería de dicho hotel y pedí el desayuno para los dos a la habitación. Le daré una sorpresa a Rubén. 

Tras unos escasos minutos un timbre suena, despertando a un feroz hombre. 

- ¿Qué? - decía con una voz grave mientras se tocaba la cara. 

- El desayuno. - dije riendo mientras iba a abrir dicha puerta. 

Había un hombre de mi edad, más o menos, con el bufet. Éste, me miró las piernas. Justo me acababa de dar cuenta que seguía en albornoz. 

- Gracias. - dije mientras cogía la bandeja y cerraba la puerta. 

Deposité la bandeja en la mesilla. Y un manotazo llegó a mi culo. Miré al causante enfadada. Pero no me podía enfadar, tenía una carita muy mona.

- Es que te me pones así, con ese albornoz y mija no puedo contenerme. 

Me reí. 

- ¿Qué pasaría si te lo hago yo en tu paquete?

- Primero me retorcería y luego me pondría cachondo. 

- Que asco. - dije haciendo una arcada falsa. - eftoi comienfdo. - dije con la boca llena. 

Y así pasó nuestra mañana. Entre risas y bromas. También hubo algo de playa, pero eso no es necesariamente necesario. 

El hermanastro.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora