Hay despedidas que tienen que darse más de una vez

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Estos últimos días he estado pensando en ti, se me ha aparecido tu recuerdo como una sombra que está ahí, que no se va. En realidad desde que te fuiste, nunca te has ido, suena confuso pero así es. Quiero creer que en alguna parte me estás viendo y sabes que no hay un solo día que no te recuerde y que no piense en ti, que eres como la luna o el sol; que no puedo ver en todo momento pero que siempre están, siempre alumbran, siempre acompañan.

Yo te he dicho adiós muchas veces, supongo que es porque nunca pude hacerlo en persona, supongo también que las peores despedidas son aquellas que no se pueden dar.

Te dije adiós en sueños, aquella noche de mayo, cuando tomaste mi mano y me dijiste que todo estaba bien, nada lo estaba, acababas de irte y todo ahí al rededor exhalaba dolor por los poros, pero como siempre encontraste la manera de estar a mi lado y darme tu amor. Te dije adiós las siguientes semanas, al entrar a tu habitación y sentirla más vacía que nunca, solo con tu retrato sonriendo ahí en la pared, como quien anuncia que la felicidad está llena de tristezas; que la vida está llena de muerte, que mayo nunca más sería igual. Te dije adiós también cuando fue tu cumpleaños y ya no estabas para festejarlo, pero estábamos todos, hablando de ti. Que curiosa la vida; festejar tu cumpleaños, para así no llorar más tu muerte. Te dije adiós cuando escuché tu voz en el teléfono y una ráfaga me cruzo el cuerpo, tu voz siempre será lo que más calma me de, la tengo grabada como si se tratase de mi canción favorita, me la sé de memoria. Te dije adiós la primera Navidad sin ti, mi primer cumpleaños sin tu presencia y tu amor, la primera vez que logré algo que sabía ibas a estar orgullosa y no pude contártelo, y no estabas ahí para verlo, justo en esos momentos te dije el adiós más doloroso que he pronunciado en mi vida.

También te dije adiós cuando recordé tus palabras cariñosas, aquellas que nadie más sabe solo yo, aquellas que me decías todo el tiempo. Cuando recordé como tus abrazos y tu protección me hacían sentir segura y en paz, parecía que ahí ya todo estaba bien, que las cosas contigo encontraban su lugar. Cuando recordé esas tardes de domingo, con tus chocolates y tu amor; recordé que los domingos después de eso, se volvieron solo de dolor. Te dije adiós en ese primer poema que te escribí y tengo que decir que aún no puedo leerlo porque habla tanto de ti, creo que cuando se trata de decir adiós; entre las más valientes, yo soy la más cobarde. Te dije adiós viéndome al espejo, porque mientras más me observo más te veo en mí, porque mi cabello me habla de ti, porque mis cejas y mis ojos, mi piel y mi boca, susurran tu nombre, porque te llevo en mi sangre, porque estás en mi ser. Porque al verme me doy cuenta que al irte ya nada fue igual. Te dije adiós al recordar tu bondad infinita, llevabas un letrero en el rostro que invocaba a la pureza. Al recordar tus enseñanzas; cuando ayudar era tu lema de vida, cuando el amor lo derramabas por los costados.

Te he dicho adiós en cada momento; en casi ocho años, en más de mil palabras, en lágrimas y sonrisas, en recuerdos y alegrías. Te he dicho ya miles de adiós, e incluso así, hoy sigue pareciendo que nunca me he despedido suficiente de ti.

Cien maneras de romperse y volverse a armar. PoemarioDonde viven las historias. Descúbrelo ahora