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— ¡Es que no lo entiendo! ¿¡Que demonios pasó!?— gritó furioso el Señor Garay mientras soltaba su corbata con brusquedad. — ¡Lo mataré, mataré a cualquiera que haya echo llorar a mi niña!

Estaba enojado y angustiado. Había visto, por primera vez, a la niña de sus ojos echa un mar de lágrimas. Él no se lo esperaba, ni siquiera se imaginaba que eso podría pasarle a ella. Y se sentía pésimo, le dolía verla de esa manera y no poder hacer nada. Se sentía impotente ante lo cerrada que se había vuelto de un segundo a otro aquella chica ojiazul que le contaba todo sin pensarlo. Su princesa.

¿Que había pasado en aquella casa?

Esa pregunta se repetía una y otra vez en su cabeza. Recordaba perfectamente el momento en el que vio a su bebé correr asustada hacia él. Quiso preguntar, quiso correr; no, volar entre la multitud y averiguar quién la hizo llorar y matarle con sus propias manos. Pero, su prioridad siempre sería su hija. No había nada que la sobrepasara; ante sus ojos, su todo era Charlotte, la chica de cabellos rubios y sonrisa alegre.

— Cariño, tranquilízate, estas muy alterado— su esposa, Ana, le decía con gentileza mientras le servía una copa.— recuerda lo que te dije.

— Hazle caso a tu esposa idiota. En verdad eres insoportable cuando estas enojado, joder.— la pelinegra sentada con nada de elegancia en el sofa miro con cansancio a su hermano mientras acariciaba a la gata blanca en su regazo.

— Ya...lo sé— murmuro recomponiendo su estado. Una expresión seria reemplazo su ceño fruncido y su mirada se perdió en la nada.— ¿Te dijo algo?

—...No quiso abrir la puerta, tampoco a Felicia— la rubia respondió con angustia. Ella al igual que él estaba preocupada. Esto jamás había pasado— creo que sería mejor llamar a William— miró a su esposo y esperó por su aprobación.

— No lo sé, Ana...— Nicolas dirigió su mirada hacia las escalera por donde su hija minutos antes había escapado de sus preguntas.

— No seas tan cabeza dura, Nick. No siempre serán tú y Ana la respuesta a sus problemas. No sé que demonios le pasa a Charlie, pero quizás ese mocoso pueda ayudarla. — Felicia miro con reproche a su hermano menor, el cual solo suspiro resignado y asintió.

— Me voy a la habitación, necesito...necesito estar solo— beso la mejilla de su amada una vez paso a su lado y luego subió las escaleras con pasos silenciosos.

— Déjale solo, lo necesita — fue lo ultimo que escucho de su hermana antes de desconectarse de su alrededor.

Los pensamientos que rodeaban su mente no abandonaban la imágen de Charlotte. ¿Porqué no quiso decir nada? ¿Qué fue lo que le hicieron? ¿Porqué, en el infierno, su hija rechazó el apoyo de sus padres?

Se sentía rechazado, claro, pero ese pequeño sentimiento no superaba en nada a su angustia e ira. Después de todo, el era Nicolás Garay, el hombre que llegaba a ensuciarse la manos con sangre por su familia.

Recuerdo...

La menor de los Garay fue la primera que bajó del colche. Parecía ida mientras caminaba con paso rápido hacia su casa.

— Charlotte ¡Espera!el Señor Nicolás bajo de su auto dejando la puerta abierta y corrió hacia su hija.— hija ¿Qué pasó? ¿Qué te sucede?— tomó con la misma delicadeza de siempre el brazo de su pequeña. No obstante, su pecho se comprimio cuando esta se soltó de su agarre y corrió hacia dentro— ¡Charlotte! — guió su mirada confundida y dolida a su mujer por un segundo, quién, de la misma manera que él hacia segundos antes, miraba con angustia la puerta principal de su hogar.

— ¡Charlotte!— Nicolas entró a velocidades máximas a la casa, fue tanta la rapidez que logró atrapar a su hija al pie de las escaleras.— ¿Princesa que pasa? Sabes que puedes contarme lo que sea. Dime que tienes, por favor.

— Déjame, solo...déjame en paz— la voz fría y ronca de Charlotte lo echó hacia atrás. Dejó ir su agarre y la vió desaparecer por el último escalón.

"Déjame en paz"

Fruncio el ceño y tomo el barandal, mirando dolido el escalón bajo sus pies. En su vida ella le había dicho algo como eso.

— Sabes que no lo dijo con malas intenciones amor— Ana se acercó a su marido y dibujo círculos su espalda, demostrándole que estaba ahí con él— ella te ama como a nadie.

— ¿Qué pasó?— preguntó más para si mismo que para la mujer a su lado.

— No lo sé, amor, no lo sé— respondió absorta en sus pensamientos mientras miraba el corredor al que las escaleras llevaban.— iré a hablar con ella.— le sonrió con cariño y besó sus labios con delicadeza— ve y siéntate, relájate y toma algo. Si quieres hablar con ella debes calmarte primero. ¿De acuerdo?

— Tienes razón— asintiendo, el ojiazul dió la vuelta y bajó el primer y único escalón que había subido.

— ¿De que me perdí? la mujer de apariencia joven aparecio en escena con una copa de vino en una mano y un felino de blanco pelaje en la otra. Nicolas la miro sin expresión y luego suspiro mirando el suelo, ignorando totalmente a su hermana.

Ana siempre lograba calmarlo. Pero esta vez no había nadie que calmara su corazón angustiado.

Solo la sonrisa de su hija lo libraría de sus tormentos.

Fin del recuerdo...

Con pasos lentos y silenciosos el pelinegro pasó por el corredor. Se detuvo frente a la puerta blanca adornada con pegatinas de flores negras. Ahí adentro estaba la luz de su ojos; esa que parecía estar perdiendo esplendor. Dudoso acerco su puño dispuestos a tocar, no obstante, solo pudo pegar su palma a la madera y suspirar.

"No siempre serán tú y Ana la respuesta a sus problemas"

Su hermana tenía razón, aún así, le costaba procesar ese echo. Ella era su hija y su deber como padres era protegerla, cuidarla y amarla. Y, ciertamente, lo habían echo. Quienes habían estado ahí a su lado desde que era una bebé habían sido ellos. Para todas su caídas siempre habían sido ellos quienes la consolaron y curaron sus heridas.

Pero ahí estaba el problema. Esta vez, hasta él sabía que el daño no era físico; él sabía que esa herida que su hija había adquirido estaba muy dentro de ella y él era incapaz–por ahora– de alcanzarla. Nicolás sabía que si no entendía como se sentía la muchacha solo podría darle palabras de consuelo y un hombro en el cuál llorar. Porqué él no compartía el sentir de Charlotte, y si lo hacia no lo sabía, pues ella no queria decirlo. Lo que él podía hacer ahora no era suficiente. Necesitaba que ella le dijera lo que pasaba, que le contara como se sentía y porqué.

Sin embargo, no podía presionarla, mucho menos obligarla.

Cerrando sus ojos con fuerza decidió seguir su camino. Tal vez, cuando llegue William y hablen, tal vez entonces ella quiera abrirse a él. Y él estará ahí para ella, la estará esperando con los brazos abiertos. Le daría su tiempo, después de todo, ella ya no era una niña y él tenía que entenderlo.

Aunque se le fuera imposible.

Porqué para los padres, sus hijos nunca dejarán de ser sus pequeños niños.

La muñeca del pasadoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora