Capítulo 18

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Llegar al punto de salir de mi casa a las corridas, subirme al auto desasosegado, encenderlo con las manos temblando, y acelerar como si estuviese en plena competencia del Dakar, fue una de las decisiones menos concienzudas que tomé en mis diecisi...

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Llegar al punto de salir de mi casa a las corridas, subirme al auto desasosegado, encenderlo con las manos temblando, y acelerar como si estuviese en plena competencia del Dakar, fue una de las decisiones menos concienzudas que tomé en mis diecisiete años de vida.

Nadia estaba pasando por una etapa en la que su padre la sometía a situaciones indeseables, tal como me había pasado en mis años junto a mi madre. Salvarla de aquella tortura y ser su auxilio entre cualquier opción, siendo ella quien había marcado distancia entre los dos desde el primer día, me causaba una sensación tan reconfortante como dolorosa. Verla tan afligida y preocupada, completamente expuesta frente a mis ojos, era duro. Bolton siempre se había ocupado de ocultar todas sus heridas frente a todo el colegio, y esa misma noche no había nada que la cubriera.

Mientras conducía hacia mi casa, me había limitado a echarle un vistazo en uno de los semáforos de la cuadra. Estaba hermosa. Tenía un conjunto sencillo que le quedaba a su talla y su boca estaba pintada por aquel color bordó que me encantaba.

—¿Me prestas tu celular? —me preguntó después de absorber las mucosidades de su nariz.

¿No querés un pañuelo?

Resulta que nunca me había compadecido por el llanto de una mujer como lo estaba haciendo con Nadia, siempre me había generado asco y rechazo, ¿quién quiere escuchar cómo las mucosidades de la nariz, generados por un llanto desconsolador, son absorbidos con violencia para que terminen pegados en la cabeza de la persona? Era irritante y, cada vez que una chica terminaba en los escalones de la entrada de mi casa con su rímel corrido, su cara demacrada por el imparable lloriqueo, y aquellos mocos colgando de su nariz siendo absorbidos con rabia, me daban nauseas.

—¿Para qué? —inquirí con el ceño fruncido. No veía necesario hacer un llamado.

—Quiero llamar a mi mamá, mi celular se quedó sin saldo y la batería murió.

Busqué el aparato en uno de los bolsillos de mi jean y se lo extendí mientras miraba al frente. Nadia me lo recibió al instante y marcó los números lentamente, como si no quisiese hacer aquel llamado, como si le generase cansancio tener que atravesar aquellas situaciones, como si estuviese al límite de darse por vencida y esperar que las cosas simplemente sucedan.

—Mamá—susurró luego de unos segundos.

Su mano pálida, la cual sostenía mi móvil contra su oído, estaba temblando, aunque ella pareciese esforzarse por controlar aquella reacción de nerviosismo.

—Soy Nadia—anunció, suspirando con pesadez—. Quería avisarte que no te preocupes por mí si papá te llama..., no, no quiero volver. Mamá... iré a la casa de un compañero..., no pasa nada, sólo prométeme que le dirás a papá..., te amo, chau...

La llamada se cortó y ella apartó el celular de su oído. Se quedó con la vista fija en el aparato y temí que volviera a reanudar aquel llanto que me conmovió en un momento.

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