Capítulo 58

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Los folletos de la universidad en la mesa de luz de mi cuarto eran una tortura

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Los folletos de la universidad en la mesa de luz de mi cuarto eran una tortura. Tenía un futuro incierto pisándome los talones y la incertidumbre atravesándolo de por medio. No conseguía mirar más allá del Sebastián que se encontraba perdido en medio de un huracán de circunstancias de las que aún no escapaba. Hurgaba entre mis intereses y no veía nada; una salida, una alternativa, una opción. Me interrogaba e intentaba conocerme, pero había tanto en mí de lo que ya no quería saber que terminaba dejándolo todo en la nada.

El partido de vóley, al que concurrí junto a Raúl, Walter y el resto de mis compañeros de casa, fue un escape de aquel huracán, de aquel interrogatorio. Bebimos cerveza, evitamos hablar de futuro y nos sumergimos en el mar entre bromas de mal gusto. El único que no participó de aquella evasión fue Emiliano.

—Saldré con Nadia el viernes. Iremos a ver el partido juntos—me había comentado mientras miraba televisión desde uno de los sillones individuales de la sala.

—Felicidades—le contesté con poco entusiasmo mientras miraba las publicaciones aleatorias de una red social.

—Espero que no te moleste vernos ahí—añadió, dándose la vuelta para fijarse en mí.

—¿Te importa? —Levanté la cabeza para devolverle la mirada.

—Es una buena chica y quiero impresionarla—argumentó, manteniendo el semblante en alto—, no me vendría bien una escena de celos tuya.

Me reí por lo bajo, bloqueando la pantalla del celular, y me levanté del lugar que estaba ocupando en el sillón amplio de la sala.

—Nos vemos allí—dije, golpeándole suavemente el hombro.

No quería cumplir con sus probables expectativas acerca de mi reacción. Preferí mantenerme en el molde sumiso al que había renunciado tiempo antes y darle pase a la bandera de tregua que Ashley impuso entre Nadia y yo. Aprendí que el rencor era la mejor herramienta para mostrarse fuerte ante lo que te causa dolor, pero no era la mejor herramienta para conservar a quienes, a pesar de todo, necesitas. Nadia había recuperado la frescura y la sonrisa que perdió en sus meses escolares más problemáticos y, si bien hubiese deseado que fuese por o junto a mí, procuré no intervenir para que se mantuviese así.
No obstante, a pesar de mis promesas, la frustración y los celos parecían ser una sensación tan inevitable como potente. Todo sentimiento que me produjese observar el cuadro rehabilitado de Nadia, acompañada por el chico más egocéntrico e inútil que conocía, lo descargaba en la pelota con la que iniciamos el primer set del partido.

—Sacarás la próxima pelota. —Me apuntó uno de mis compañeros de cancha, sonriendo ante el éxito del primer set.

Se inició el tiempo de descanso, y la mayoría íbamos en busca de agua y toallas para retirar el sudor que nos desprendía el fuerte calor de aquella tarde de playa. Los alientos e indicaciones de algunos jugadores de cancha no faltaban. Ciertos grupos de chicos y chicas se nos acercaban para adular nuestro desempeño en la cancha, y el resto nos aplaudía y festejaba para aumentar la adrenalina que nos invadía.

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