—Todo estará bien ¿sí? —Sonrió mi madre mientras guardaba en su pequeña cartera la billetera y el celular.
—Nada nunca estuvo bien, mamá—contesté, tajante, fijándome en el esmalte negro de mis uñas.
—No te castigues, tenés intentar seguir adelante. —Se colgó la tira de su bandolera en el hombro derecho y esperó a que me levantara de mi lugar.
—Nunca me fue bien al intentarlo—repliqué entre dientes, incorporándome del sillón.
Metí mis manos dentro de los bolsillos del blazer negro que cargaba sobre los hombros y, en uno de ellos, agarré el celular que vibraba entre los mensajes y llamados de familiares, amistades que pensé perdidas y compañeros arrepentidos y compadecidos de una situación que no les correspondía. ¿Por qué la muerte tenía el peso de reunir a quienes creíste indiferentes a ti? ¿Por qué hace falta llegar al otro límite de la vida para que se acuerden de ti?
—¿Lista? —preguntó mi abuela, aproximándose a nosotras.
Frente al dulce tono de su voz y la cálida sonrisa de sus labios, la mirada agotada y su rostro entristecido evidenciaban lo cuán difícil estaba siendo para todas.
—Solo pide que nos vayamos, abuela—murmuré, fijándome en la puerta del hotel en el que estábamos quedándonos—. Solo pídelo—insistí con la voz quebrada, recordándonos a Sebastián y a mí ingresando a la casa de mi abuela.
¿Por qué no le conté sobre los mensajes? ¿Por qué no lo puse en aviso?
—Hija, tranquila—me rogó mamá, acercándose a mí.
—Perdón. —La abracé, ahogando el primer llanto del día—. Perdón.
—¿Necesitas un poco de agua, cariño? —preguntó mi abuela, mirándome apenada.
Me giré hacia ella y me fijé en su vestido negro de escote en v que recordaba haberle visto puesto en el funeral del abuelo. La nostalgia y el dolor de aquel instante me mantuvo en silencio por unos segundos, atenta al sonido del ventilador de techo y el zumbido que provenía de la heladera de la cocina.
—No—respondí finalmente, alisándome la falda azul de mi vestido y secándome las lágrimas de las mejillas con las mangas de mi blazer—. Solamente necesito que pase el día. —Asentí, caminando hacia la puerta del hotel.
Salimos del edificio y nos subimos al taxi que habíamos pedido minutos antes. La abuela le indicó la dirección del cementerio al taxista y se ocupó de sostener la mano de mí y de mamá en cuanto aquel inició el trayecto.
—La abuela de Sebastián se comunicó conmigo esta mañana—habló mi abuela, girándose hacia mí—, me dijo que quería recibirnos en su casa luego de la ceremonia.
—¿Irá? —pregunté, sorprendida.
—Por supuesto—contestó con obviedad—, eso me dijo.
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Sin Límites | COMPLETA
Teen Fiction(LIBRO 1 DE LA DUOLOGÍA | TERCERA EDICIÓN) Reiniciar tu vida no siempre es una tarea sencilla cuando miles de tormentas se encargaron de dejarte miles de heridas. La adaptación no parece ser un problema al principio, pero a veces llega alguien para...