Capítulo 46

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¿Cómo sería hacer el amor con Sebastián Jones? Me había enseñado lo que era extasiarse debajo de su cuerpo acalorado, mientras me besaba el cuello, los labios y me repasaba el cuerpo con sus manos

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¿Cómo sería hacer el amor con Sebastián Jones? Me había enseñado lo que era extasiarse debajo de su cuerpo acalorado, mientras me besaba el cuello, los labios y me repasaba el cuerpo con sus manos. Sus dedos se hundían en mis carnes como si deseara traspasarlas y su boca absorbía mi piel como si necesitara sentirla más de cerca, más adentro. Fue real, estuve al límite de caer en aquella tentación que cada vez que la pensaba conseguía abrumarme. Los besos, las caricias, los suspiros, las sonrisas, las risas, las charlas. No merecía aquel combo, pero lo tenía. Tenía todo aquello que Gala hubiese querido para sí misma.

No podía culparla si no me quería, desde su perspectiva de la historia siempre sería el villano, la que todo lo arruina. Cometí un error dentro de una sociedad que habla de lo que haces mal y no de lo que haces bien. ¿Qué estaba esperando? No valía la pena apuntarme, necesitaba que dejara de importarme, pero con Jones al lado sentía que seguía estancada en el mismo error.

—¿Salsa? —me preguntó Ester.

Antes de que pudiera asimilarlo, me encontraba sentada frente a un plato de ravioles, en medio del comedor de la abuela de Sebastián, el cual estaba débilmente iluminado por una lámpara de luz cálida. A su vez, el olor a guardado de la casa se había aplacado con el aroma de la salsa de tomate que Ester llevaba dentro de una olla amarronada y aguardaba por ser esparcida encima de mi pasta.

Mientrastanto, del otro lado de la mesa, frente a mí, Sebastián me miraba coninsistencia. Probablemente buscaba asegurarse de que seguía mentalmentepresente o pretendía enviarme señales de auxilio, pero aún no lo descifraba.

—Sí. —Asentí, observando mi plato de ravioles. Ester era de buena cocina.

—Es la receta de mi madre—comentó mientras me echaba una cucharada de salsa—, a Sebastián le encanta.

—Gracias. —Le sonreí, agarrando el tenedor que estaba junto a mi plato.

—¿Y? —Se sentó Ester en la silla de la punta de la mesa—. ¿Dónde se conocieron?

—En el colegio—contesté luego de tragar uno de los ravioles, eran de pollo.

—No sabía que tenías una compañera llamada Nadia—se dirigió a Sebastián.

—Soy nueva en la ciudad—hablé, atrayendo la atención de la mujer—, llegué en enero.

Suponiendoque la mirada de Sebastián era un pedido de ayuda, intentaría evitar que Esterentablara una conversación no deseada con su nieto.

—Qué cambio—expresó mientras cortaba un raviol por la mitad—, ¿te está gustando la ciudad? —Me miró antes de llevarse el bocado a la boca.

—Me gusta, es grande.

—Una vez. —Se sonrió ante el recuerdo—, Sebastián tuvo que ir caminando al colegio y se perdió. Lo encontró la policía y tuvieron que llamar a su madre, gritaba su nombre. —Se rio, echándole un vistazo a Jones—. Tenía unos ocho años.

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