Capítulo 52

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No me enorgullecía

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No me enorgullecía. Estaba parado frente a una chica que no quería, besando a alguien que no deseaba, vengándome de aquella a la que tanto apreciaba.

—Te llamo más tarde—me anunció Gala, sonriente.

La había visto hundida en el medio del parque, mirándonos, con una desilusión en los ojos que me sabio amarga. No tenía por qué corresponderse aquel sentimiento, ella lo había arruinado, ella había empezado, ella había dado el primer beso equivocado. Nadia era la culpable, la desilusionadora, no yo.

—No hace falta—le contesté, acercándome a mi auto.

—Podemos hablar, ¿no? —preguntó, temerosa.

Abrí la puerta del lado del acompañante y dejé mi mochila sobre el asiento.

—¿Qué? —Me giré hacia ella al mismo tiempo que cerraba la puerta.

—¿Estás bien? —Frunció levemente el entrecejo, como si viese en mi rostro algo que no fuese parte de mí.

—¿Por qué no lo estaría? —le quité importancia, dándole la vuelta a mi auto.

—Espera—me llamó.

Me giré hacia ella y aguardé por una posible interrogación. Asegurarse de que estaba bien hubiese sido un buen gesto de su parte. Atención, importancia, ¿quién no la necesita para sentirse presente?

Nadia es quien te estruja la mente hasta quitarte el más mínimo detalle, no Gala.

—¿Me llevarás? —Señaló el auto.

Claro.

—Tengo cosas que hacer—inventé, abriendo la puerta del lado del conductor—. ¿Te queda lejos?

—A unas cuadras—contestó, acercándose.

—Podés caminar, ¿no? —le pregunté, sonriéndome ante su cara de sorpresa.

—¿Te molesta llevarme? —Dio un paso atrás.

—El viernes juego en el partido de vóley, en la playa.

—Iré con las chicas—confirmó.

—Nos veremos allá entonces. No me falles en la hinchada—agregué antes de meterme en el auto y cerrar la puerta.

Encendí el motor mientras bajaba la ventanilla y salí de la cuadra sin fijarme en la cara de indignación que portaba Gala. No era mi obligación acercarla a su casa, ni mucho menos actuar como la persona gentil que no era ni quería ser.

Preferí concurrir al club y descargar lo retenido en un saco de boxeo. La pesadilla de todas las noches, la última carta de mamá, el distanciamiento de Raúl, las lágrimas de Nadia en la cafetería, su decepción en el parque, el desinterés de Gala, las malas intenciones de Ashley, el resentimiento que me alejaba de Ester, el profesor de la ESI irritándome, mis calificaciones presionándome, la falta de atención, la falta de cariño, la falta de todo. Toda la tensión, la ira, la intranquilidad que me invadía. El pensar. Ya no solo era cansancio, era peso. No tenía fuerzas en los puños y mis brazos se veían tan débiles como en la pesadilla; intentando nadar en un pozo hondo y negro del que me estaba haciendo preso.

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