Capítulo 40

2.8K 167 20
                                    

Una noche más, encerrada en un cuarto de esquinas amohosadas, con olor a cigarrillo en la ropa, olor a cigarrillo en la sala y olor a alcohol en la boca

¡Ay! Esta imagen no sigue nuestras pautas de contenido. Para continuar la publicación, intente quitarla o subir otra.

Una noche más, encerrada en un cuarto de esquinas amohosadas, con olor a cigarrillo en la ropa, olor a cigarrillo en la sala y olor a alcohol en la boca.

Mamá había salido de casa para comprar la cena y yo me decidí por robarle su botella de vodka mientras abría la página del instituto en una notebook vieja de papá. Las noticias del blog eran recientes, con una portada de infarto y dos carillas donde redactaban la infamia entera. Resulta que imitar a Nadia empezaba a tornarse como un plan de tercera, además de disparatado. No conseguía avanzar dos pasos sin apretar los dientes por el dolor, las semanas de reposo se hacían eternas y el encierro comenzaba a abalanzarse sobre mí, asfixiándome. Era tan angustiante no poder hacer nada que te salve del pensar que, en aquellas horas, ya estaba consumiéndome una botella por la mitad.

Mamá llegó a la una de la noche, tambaleándose entre las paredes y llevándose puesto el desorden que habitaba en la entrada. La observé pasar por la abertura de mi puerta y se giró para mirarme durante un minuto. No llevaba encima ninguna bolsa del mercado y el olor a wisky impregnado en sus prendas se percibía desde mi cama. El dinero para la cena había terminado en sus tragos, a pesar de que le haya suplicado a Éctor, el bartender de uno de los bares más conocido de la ciudad, al cual mi madre recurría habitualmente, que le evitara la entrada.

—Es tu culpa—me dijo, pasándose una mano por la cara transpirada—, vos te... te tomás todo lo mío.

—Cerra la puerta—le contesté, volviendo a fijarme en la portada de la noticia.

Pensé en lo fácil que era para Nadia pasar por encima de las personas. Sebastián era mi mayor apoyo y ella lo sabía. Era el amor de Gala y ella se lo había dicho. Tal vez su reputación estuviese descendiendo, pero, ¿por qué le importaría? Teniendo a Jones a su lado todo era mucho más fácil, más llevadero.

Observé su expresión en la fotografía que le habían tomado junto a Jones. Se la veía perpleja, como si no dimensionara lo que estaba sucediendo, a pesar de que lo supiera. Nadia se me hacía una de las personas más falsas entre el montón de falsos. Egoísta, codiciosa, dominante y absorbente. Un cubo de toxicidad que se vestía bien, se maquillaba bien y se mostraba bien. Un cuerpo bonito con una casa bonita, una familia bonita y una vida bonita. Caprichosa hasta los huesos y, por lo tanto, sumamente peligrosa.

—No seas mala conmigo—volvió a hablar mi madre, mirándome con los ojos cristalizados.

—Te dije que cerraras la puerta. —Levanté la vista—. Estoy herida, ¿no ves?

—¡Estás borracha! —Apuntó las botellas de vodka que estaban encima de mi mesa de luz.

—¡Te dije que cerraras la puerta!

—¡No me grites! ¡No me grites! —repitió, tapándose los oídos con ambas manos y acuclillándose junto al margen de la puerta, en posición fetal.

Dejé la computadora a un lado, me levanté de la cama, arrastré el dolor hasta la puerta y miré a mi madre interpuesta en el margen de ésta.

—Vos sos la que malgastas el dinero en bebidas—escupí, mirándola desde arriba—. No vengo comiendo hace días porque estoy encerrada acá con vos, el único lugar donde me llenan el estómago es el único lugar al que no puedo ir por este puto tobillo, ¡así que no me digas que estoy siendo mala cuando vos sos la única mala en esta casa de mierda!

Sin Límites | COMPLETADonde viven las historias. Descúbrelo ahora