—¿Quién era el chico que te trajo? —me preguntó mamá mientras cerraba la puerta con llave.
—Nadie—respondí, esperando a que se voltease para que comenzara con sus reproches respecto a lo que había pasado.
—¿Nadie? —se giró hacia mí, con los brazos cruzados—, dile a Nadie que estoy muy agradecida de que haya traído a mi hija viva.
—Estoy bien—insistí.
—Me preocupaste mucho—me agarró de los hombros, como si intentase asegurarse de que estaba allí con ella—, ¿y tu celular? Tu padre llegará dentro de unos minutos y sabes lo que pasará.
—Lo siento, dejé mi celular sin carga aquí—contesté, bajando la vista.
—Eres muy irresponsable. Tu padre fue a hacer una denuncia por desaparición, nadie sabía dónde estabas.
—¿¡Qué!? —la miré a los ojos, incrédula.
—Lo llamé para que la levantara—me quitó las manos de encima—, está muy enojado. ¿Jamás se te ocurrió llamar desde otro celular para decirnos que estabas perdida?
La desesperación y la mente en blanco no congenian muy bien como para pensar en posibles escapatorias, quise justificarme.
—No—contesté.
Un impetuoso portazo se hizo escuchar desde la puerta trasera de la casa, la cual conducía hasta el garaje en donde seguramente mi padre había guardado recientemente el auto.
—¿¡Donde está!? —gritó mientras avanzaba por el pasillo izquierdo hasta donde estábamos con mamá.
—Tranquilo—se interpuso mamá en la abertura del pasillo, evitando el pase de mi padre—. Está bien, tuvo un percance—lo impulsó hacia atrás, intentando llevarlo hasta la cocina.
—¡Nadia, ven ya mismo o tendremos peores problemas mañana! —exigió en un grito mientras sus pasos retrocedían hasta la cocina.
Lamentablemente no tenía escape de aquella situación, así que me dirigí hasta la cocina y me detuve debajo del margen de la puerta, negada a ingresar a una zona que solamente me aspiraba peligro. Lo único que hubiese esperado de parte mis padres tras haber pasado mi peor noche en la ciudad era una sana preocupación y un poco de empatía, pero papá no estaba dispuesto a entenderme, nunca lo estaba.
—¡Nadia! —gritó al verme, y comenzó a aproximarse hacia mí con zancadas.
Había dejado todas mis agallas al acercarme a la cocina, así que me giré sobre mi lugar completamente asustada y decidida a encerrarme en mi cuarto para no salir hasta el próximo día, y me impulsé hacia adelante para empezar a correr, pero la mano de mi padre ya estaba sujetada en mi antebrazo y, jalando con una fuerza desmedida, me arrojó dentro de la cocina y me estalló contra la mesada central.
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Sin Límites | COMPLETA
Ficção Adolescente(LIBRO 1 DE LA DUOLOGÍA | TERCERA EDICIÓN) Reiniciar tu vida no siempre es una tarea sencilla cuando miles de tormentas se encargaron de dejarte miles de heridas. La adaptación no parece ser un problema al principio, pero a veces llega alguien para...