(LIBRO 1 DE LA DUOLOGÍA | TERCERA EDICIÓN)
Reiniciar tu vida no siempre es una tarea sencilla cuando miles de tormentas se encargaron de dejarte miles de heridas.
La adaptación no parece ser un problema al principio, pero a veces llega alguien para...
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Nunca me había fijado tanto en los detalles de la puerta de la entrada de mi abuela; la madera desgastada, la humedad apoderándose de sus esquinas, el barniz desquebrajado y aquellas figuras cuadradas talladas que ya no se apreciaban como lo recordaba a mis diez años. Todo su exterior había dejado de mantenerse desde que mi abuelo murió y mi madre quedó prese. Fue como si las paredes despintadas y descuidadas intentaran gritar lo que mi abuela se esforzaba por ocultar: el estar rota.
—¿Qué pasa? —preguntó Nadia, rozándome el brazo con su mano izquierda.
No queríaentrar, lo había dejado de hacer desde que William llegó junto a Raúl con las llaves de un nuevo y verdadero hogar, la casa de la libertad, la única que conseguía mantenerme lejos de aquellos cimientos, de aquellos recuerdos. Sin embargo, era Nadia quien me retenía allí en frente, pensando en cómo escaparme de una situación que no quería protagonizar. No sabía cómo lo había conseguido, ¿fue el tono de ilusión con el que me lo preguntó? ¿Su sonrisa al pensar que le presentaría a mi tutora legal? ¿Sus ojos brillantes al sugerir visitar mi abuela, a Ester? Podría haber sido cualquier cosa, cualquier detalle que terminó por colarse entre mis debilidades, impidiéndome negarme.
—¿Qué tengo? —la miré.
Necesitaba hacer tiempo, prepararme, atreverme a aceptar que yo mismo empecé con aquella mierda. Los novios se presentaban a quienes llevaban su sangre ¿cierto? Pero, ¿realmente éramos pareja? Particularmente lo había pensado como un plan, un simple plan, no una excusa para formalizar una relación que no me correspondía, no a mí, no a Sebastián Jones. ¿Empezaba a arrepentirme? No, empezaba a inquietarme, empezaba a...
—Estás paralizado—contestó.
Empezaba a paralizarme. Me había convencido de que la única y última mujer que pisaría mi antiguo hogar sería Ashley, a quien le di un lugar a mi lado y ahora estaba desplazando.
Noesperaba volver, no con otra mujer, no con otras intenciones.
—Hace meses no vengo—confesé, volviendo a enfocarme en la puerta.
—Podemos irnos—sugirió, aunque no fuese lo que realmente quisiera—, tal vez hablé muy rápido—sonrió.
Sentía que estaba mirándome desde afuera, que aquel chico frente a aquella chica no era yo, y que aquella sonrisa nerviosa no era realmente para mí.
—¿Por qué vinimos? —le pregunté, pasándome una mano por el cabello.
Empezaba a confundirme, más de lo que podía controlar, y mi mente ya no era capaz de centrarse más allá de aquellos ojos que se enfocaban insistentemente en mí, queriendo deducirme, estudiarme, entenderme.
—Porque quiero saber de dónde venís.
¿Por qué pensaba que venía de aquella casa? De aquel encierro tan desarreglado, tan oscuro, tan vacío, tan ausente, tan destructor.