Capítulo 55

2K 153 10
                                    

La escritura a mano delata, sobre todo cuando no existe la mínima intención de perturbar tu propia caligrafía

¡Ay! Esta imagen no sigue nuestras pautas de contenido. Para continuar la publicación, intente quitarla o subir otra.

La escritura a mano delata, sobre todo cuando no existe la mínima intención de perturbar tu propia caligrafía. ¿Qué le había hecho pensar a Sebastián que no reconocería la letra de Ashley?

—Supongo que hay alguien más detrás de esto—expresó el profesor, haciéndole una seña a Sebastián para que se acercara a él.

Su conjetura era desilusionante. Si se trataba de una complicidad entre dos o más, entonces Jones no salía del círculo de culpables.

—Asumiré toda la responsabilidad—aseguró Sebastián, deteniéndose junto a la encorvada figura del profesor, quien tuvo que alzar la cabeza para mirarlo a los ojos.

No hacía mucho más que pisarse a sí mismo. Sus actos funcionaban a partir de su ridícula idea de que así se veía más fuerte, más poderoso, y más soberbio. Prefería cumplir con las expectativas del resto y mantenerse dentro de aquel molde represivo, a pesar que le costase. ¿Qué explicaría sino los golpes de su cara? Estaba fallando, fallándose, fallándome. No tenía a nadie interesado en sostener aquella coraza que había creado para sí mismo, por lo tanto, comenzaba a quebrantarse.

Mientras, Dafne entró al salón con un trapo mojado en alcohol y comenzó a refregar la superficie blanca.

—Pensé que habías renacido, Sebastián—masculló Dafne.

Jones dio un paso al frente para dejarla pasar al otro lado del pizarrón y, apenas dirigiéndole una breve mirada, evitó contestar su reproche.

—Muy bien, no perderé un segundo más de mi clase—aceptó el profesor, dirigiéndose a su escritorio—. Bolton, por favor, acompañe a Jones a la dirección y explíquele lo sucedido. —Me señaló desde su lugar—, él sabrá qué hacer.

Me levanté de mi lugar y salí del salón sin siquiera fijarme en Sebastián, quien me siguió por detrás en el momento que crucé el umbral de la puerta.

El alumnado permanecía en clases y el pasillo, incómodamente silencioso y vacío, dejaba escuchar los pasos míos y de Sebastián. Iba lento, con la intención de que Jones me alcanzase o se adelantase a mis pasos, pero él permanecía detrás, haciéndome notar su presencia excepcional.

—Escucha. —Me giré sobre mi lugar, consciente de que la proximidad entre ambos, en el momento en el que él se detuviese, sería aparentemente invasiva.

Sebastián, con su atención dispersa en sus alrededores, chocó contra mi pecho, se centró en mí, y me tomó de ambos brazos para estabilizarme, ya que su peso había conseguido hacerme tastabillar hacia atrás. En aquel momento, por reflejo, mis manos se aferraron a sus antebrazos y mi garganta emitió un ahogado grito que apenas escuchamos entre los dos. Fue un instante. Unos segundos.  Tan corto para cualquiera, tan significante para mí.

—Perdón—murmuré en cuanto Jones se soltó de mí, incómodo.

—La oficina del director está hacia allá—dijo Sebastián, apuntando detrás de mí.

—No fuiste vos, ¿cierto? —le pregunté, esquivando su comentario—. Es decir, sé que no lo escribiste vos, pero, ¿fue tu idea?

—Estamos yendo a amonestarme, Nadia—me contestó con indiferencia, echando un vistazo a una de las ventanas de los salones.

—¿Ni siquiera vas a reconocer que, por lo que veo, perdiste una pelea? —Apunté su cara.

—No tenés idea de lo que me pasó, me pasa o me deja de pasar—escupió con desdén—, ¿podrías dejar de analizar cada cosa que hago?

—Entonces. —Me crucé de brazos, nerviosa—, ¿qué está pasando?

—¿Conmigo o con vos? —se exasperó—, porque vos estás haciéndome perder el tiempo.

—Intento entenderte.

—Tranquila, no tenés por qué.

Amagó con esquivarme, pero, empecinada en conseguir una respuesta, obstruí su paso.

—Ya sé que lo escribió Ashley, y que querés que crea que me estás devolviendo un poco de lo que supuestamente te hice, pero en el tiempo que estuvimos juntos me comprometí a conocerte. Nada de lo que está pasando viene de vos.

—Yo solo salvo a la gente, ¿no? —lo había dicho como si su utilidad, tanto para mí como para el resto, fuese solo esa.

—Yo quiero salvarte a vos. —Me acerqué—. A nosotros.

Quería llegar a él y buscar una razón por la cual persistir. Dar por perdida una relación que me salvó en su principio me resultaba egoísta. No podía dejarlo todo por mí, aprovechar los beneficios que significó estar con una persona como Sebastián e irme sin insistir. No quería dar todo por olvidado, ni tampoco dejar abiertos los conflictos que necesitaban ser solucionados o concluidos. Necesitaba asumir una responsabilidad en el asunto y creer que era capaz de ejercer un control sobre aquellas circunstancias que estaban atacándome.

—Basta, Nadia—sacudió la cabeza, intentando hacerme a un lado.

Negada a desistir, lo sujeté de su muñeca con ambas manos, lo jalé hacia mí y quedamos hombro a hombro, a una proximidad comprometedora.

—Yo sé que te duele creer que te traicionaron, pero la única persona que está intentando lastimarte es Ashley, tanto a mí como a vos—le dije con convicción, mirándolo a los ojos—. No deberías volver a confiar en una persona como ella.

—¿Y en vos sí? —Se soltó de mi agarre con un impetuoso movimiento.

—Si no creyeras en ella, te darías cuenta que no miento.

—¿Quién dijo que le creo a Ashley? —Frunció el entrecejo, mostrándose confundido—. Nadia, no tenés idea. —Se rio con desgano, como si el chiste fuese yo—, estás intentando arreglar un asunto del que no me interesa hablar. No tengo tiempo para decidir en quién creer, ni tengo tiempo para vos. En este momento estoy ocupándome de asuntos más importantes.

¿Cómo contienes la aflicción que te causa una palabra o un instante imprevisible? Rabia, es ella quien llega para sostenerte. Convierte tus expresiones más débiles en las más severas y las lágrimas, que caen durante un segundo imperceptible para quien advierte que ha despertado el lado opuesto que pretendía atacar, se secan sobre las mejillas enrojecidas de temperatura.

—Creí que tenía que preocuparme por vos, pero lo que más me preocupa ahora es que siga enamorada de vos—le contesté con rigor, dándome la vuelta y siguiendo mi camino por el resto del pasillo.

Sin Límites | COMPLETADonde viven las historias. Descúbrelo ahora