Capítulo 25

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Me desequilibré, me desarmé, me expuse

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Me desequilibré, me desarmé, me expuse.

Sebastián Jones, aquel que se evitaba aportar ayuda, me exigió que abriese los ojos y, en el momento que Nadia hizo contacto conmigo y me dio las gracias, noté el gran show que monté descartando mi verdadero yo. Después de cuatro años en los que lidié con una realidad que tuve que cargar por mis propios medios, recomponiéndome solo, había decidido aportar una ayuda que no me incumbía.

No era generoso, no era empático, no era un héroe, no era el Romeo de la historia ni tampoco el Hércules que Bolton creía, no era absolutamente nada; sin embargo, lo había sido todo en un principio.

—Señora—me acerqué a la mamá de Nadia, quien estaba acompañada por Gala.

Seguramente podría haberme ido y abandonar aquel absurdo auxilio por la mitad, pero no era el tipo de persona que se acobardaba frente a una amenaza, que en este caso competía conmigo mismo, y huía por el simple hecho de temerle. No era un cobarde, ni tampoco un miedoso. Me haría responsable de lo que empecé y, en cuanto todo terminase, asentaría mi limpia retirada.

—Joven—sonrió ella con sinceridad. Tenía un pequeño tajo a la altura de su frente y seguía sangrando.

—Me llamo Sebastián—me presenté.

—Al final eres más guapo de lo que creí—admitió, conservando su sonrisa.

¿Entonces me conocía? ¿O Nadia le había estado hablando sobre mí? Porque, si no me equivocaba, nunca me había cruzado con algún parentesco de Nadia.

—Creo que tiene que hacer una denuncia—contesté, descartando mi innecesario cuestionamiento.

—Y un divorcio—agregó.

La ayudé a incorporarse sosteniéndola de su antebrazo y caminamos junto a Gala hasta mi auto.
Mientras en la radio se reproducía un tema musical alternativo que no conocía, Nadia sollozaba en la parte trasera del auto y era consolada por su madre, quien le sobaba la espalda e intentaba abrazarla, aunque ella se resistiera

—No sabía que estabas saliendo con Gala—comentó la madre de Nadia.

Observé por el retrovisor el rostro de la mujer y noté que intentaba aligerar el aire tenso. Habíamos frenado en un semáforo y la fila de autos era eterna, estaríamos un largo rato allí.

—Somos compañeros—contesté, observando de reojo a Gala, quien estaba sentada en el asiento de acompañante.

—Harían linda pareja—admitió.

—Pero no lo somos—insistí.

—¿Tenés novia? —preguntó sin titubear.

Qué chismosa.

—No—contesté con tenacidad.

—¡Eso no me lo esperaba! —exclamó con asombro—. Eres muy buen mozo como para que no tengas alguna pretendiente.

¿Por qué no se calla y se ocupa de contener a su hija?

—Estoy soltero—respondí, avanzando lentamente por la fila de autos que intentaban pasar el semáforo en verde.

—Nadia está saliendo con alguien—comentó mientras sacaba del bolsillo de su saco beige un pañuelo que le entregó a su hija—. Fabián, es un buen chico.

Hasta que la convirtió a su hija en una vaca watusi.

—Lo he visto—sonreí, mirando a Nadia por el retrovisor, quien se ocupaba de remover las mucosidades de su nariz.

—Tuvimos una pelea, mamá—comunicó Nadia al mismo tiempo que doblaba el pañuelo en forma de cuadrado.

—¿Por qué? —la miró con incredulidad.

—Eso no importa—dijo, mirándome fijamente por el retrovisor—, pretendo arreglarlo.

Debe ser una broma.

Esquivé la fila de autos que se demoraban frente al semáforo en verde y crucé la cuadra cuando la luz estaba en amarillo.

—Me parece bien—sonrió su mamá, sin fijarse en mi arriesgada maniobra—, se ven muy lindos juntos.

Me parece una estupidez, pensé mientras me esforzaba por cruzar las cuadras sin detenerme en las esquinas.

—Sí y, como dijiste, Fabián es un buen chico y creo que si lo hablamos llegaremos a un acuerdo.

Ajusté mis manos en el volante y me reacomodé en el asiento, tensándome ante la posibilidad de que Bolton remediara el vínculo perdido que tenía con Fabián. ¿Qué la llevaba a decidir que hablaría con él para llegar a un acuerdo? ¿De qué acuerdo hablaba? La situación estaba más que aclarada: él le había sido infiel y ella debía alejarse de él.

—Seguramente, no te veo con otra persona.

—Ah ¿no? —se metió Gala, girándose hacia la madre de Nadia.

—Gala—masculló Nadia, amenazándola con la mirada.

—¿Qué? Fabián es un gran pretendiente, sus padres son amigos de...—La sonrisa que la madre de Nadia intentaba conservar a toda costa desapareció al instante, dejando en claro la continuación de la frase—, como sea.

—Llegamos—anuncié mientras ingresaba al estacionamiento del hospital.

Estacioné con una maniobra rápida en el primer lugar libre que encontré y apagué el automóvil antes de abrir la puerta y bajarme de éste.

—Gracias Sebastián—me dijo la madre de Nadia cuando le abrí la puerta y la ayudé a bajar—. Gracias a vos mi hija y yo estamos a salvo, sobre todo Nadia, quien tuvo la inmensa suerte de conocerte—consideró, tomándome de ambas manos—. Vamos a estar bien si decidís irte, ya has hecho mucho por nosotras.

Miré las manos de la madre de Nadia sosteniendo las mías, y luego me centré en Bolton, quien ni siquiera me dirigía la mirada.

—No es nada—susurré, volviéndome hacia la señora Bolton, quien finalmente me soltó de las manos y tomó del brazo a Nadia.

—Estoy en deuda con vos—concluyó antes de alejarse de mí junto a Gala, quien también había tomado del brazo a Nadia para evitar que apoyara su tobillo lastimado.

No estaba seguro de qué me pasaba, de qué quería, o por qué las ayudaba, pero de lo que menos estaba seguro era de si debía responder a mis intenciones de acompañarlas al hospital.
Por un lado, se sentía bien haber sido el bueno dentro de su historia, pero, por el otro, no podía dejar de juzgarme.

Subí al auto, reprimiendo mi propósito de ir tras aquellas tres mujeres, y mantuve mi cabeza apoyada contra el volante, dejando que mi mente me torturase con sus preguntas y sus críticas: ¿por qué lo haces?, ¿en qué pensabas?, ¿acaso te vas a abrir a alguien que te puede herir como lo hizo tu madre?, ¿acaso vas a echarlo todo a perder por una simple chica?, ¿vas a desechar todo lo que lograste en unos cuantos años? ¿Qué es lo que te pasa, Sebastián? ¿Qué-es-lo que te pasa? 

Reprimí cada pregunta que me surgió sin darme tiempo a buscar alguna respuesta e intenté no caer en aquel sentimiento de cansancio por una vida en la que no aportaba nada y por una persona que era yo mismo.

Simplemente quería desaparecer, o al menos que mi mente desaparezca por un segundo, para librarme de cada pensamiento que la invadía, que me martirizaba, y convertía a mi mente en mi peor enemigo.

Pensé en el club, pero supuse que Heinrich no me querría dentro después de haberle prometido una pelea en la que me ausenté por ir detrás de Nadia.

¿Qué otra opción me quedaba? Ashley. El sexo era una irrefutable escapatoria de lo que me estaba aquejando en aquel momento, y Kellen seguramente estaría dispuesta a dejar su resentimiento de lado si se trataba de revolcarse en la cama conmigo.

Sin Límites | COMPLETADonde viven las historias. Descúbrelo ahora