1. - LA TORMENTA

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En un reino perdido, cerca de Transilvania, año 1598.

Los copos de nieve caían cada vez con más fuerza. Pronto sería de noche y el cansancio del camino empezaba a hacerse notar. Todo presagiaba una fuerte tormenta, por lo que debían encontrar un refugio o morirían congelados.

De repente, ante sus ojos, la débil y temblorosa luz de un farol. Por fin, una posada. Una sonrisa asomó en el rostro encapuchado de los tres caballeros que, acto seguido, aceleraron el paso de sus monturas.

Una vez cruzaron la puerta del patio, un mozo se acercó a ellos y, a cambio de unas monedas, se hizo cargo de los animales. Con paso decidido, se acercaron al edificio principal y entraron en la posada.

El ambiente no era muy agradable. No había mucha gente, solamente una mesa en la que se encontraban un par borrachos que no hacían otra cosa que pedir bebida y molestar a las camareras. Junto a ellos, otros dos hombres roncaban fuertemente mientras eran objeto de bromas y burlas por parte de sus compañeros.

Un hombre que parecía ser el dueño de aquel lugar se acercó a ellos. Se le veía nervioso. Claramente se había fijado en que aquellos hombres llevaban ropajes caros por lo que se deshacía en atenciones hacia ellos mientras pensaba en como sacarles el dinero.

Les condujo hasta una mesa más o menos limpia junto al fuego e hizo señas a una camarera para que les sirviera.

Una vez acomodados, dos de ellos se quitaron las capas y las capuchas.

—Señor, deberíais quitaros la capa.

—No, gracias. Estoy bien así.

—Pero señor...

El encapuchado levantó una mano. Gesto suficiente para que los otros dos le entendieran.

—De acuerdo, señor. Como vos deseéis.

Una vez los tres sentados, llegó una camarera portando tres copas y una jarra de vino. Era una chica rubia, con grandes ojos azules y unas curvas en su cuerpo bastante exageradas. Sin ningún pudor coqueteaba descaradamente con los tres hombres agachándose y mostrando casi en su totalidad sus exuberantes senos. Los tres hombres se miraron sin decir nada. Estaba claro la manera en la que el posadero quería obtener unas monedas extra.

La muchacha seguía con su juego seductor. Parecía que no le resultaba desagradable y menos viendo a los hombres que tenía delante. Uno de ellos tenía una larga melena castaña y los ojos grises azulados. El otro tenía el pelo corto y negro con reflejos azules y ojos verde esmeralda. Ambos tenían la piel clara y unos rasgos perfectos. Eran muy guapos, quizá demasiado para ser reales. El tercero seguía ocultando su rostro tras  la capucha. Esto llamó la atención de la camarera. Si estos hombres tan guapos le llamaban señor, ¿qué belleza habría ahí escondida? Con estos pensamientos en la cabeza, decidió centrarse en el misterioso desconocido pero éste, con un ligero movimiento de su mano, la apartó de él.

La camarera, al verse así rechazada, se bajó aún más el ya de por si generoso escote e iba a volver a intentarlo cuando el hombre del pelo largo se dirigió hacia ella.

—Disculpe señorita, pero nos gustaría comer algo, si fuera posible.

Se iba a volver hacia él para contestarle alguna grosería cuando el posadero la llamó para que les sirviera la cena. Puso mala cara y, sin mediar palabra, se marchó hacia la cocina para regresar, poco después, con una gran fuente de carne asada. La depositó sobre la mesa y se volvió hacia el encapuchado guiñándole un ojo.

—Buen provecho. Si te quedas con hambre no dudes en llamarme.

A lo que el hombre de pelo largo respondió:

—Muchas gracias, señorita. Pero creo que con esto será más que suficiente.

La camarera se volvió hacia él con odio en su mirada. Volvió a mirar al encapuchado, le envió un beso y se alejó de la mesa contoneando las caderas exageradamente.

Ante dicho gesto, los tres hombres se miraron y se echaron a reír provocando que la camarera se diese media vuelta con el rostro totalmente desencajado. Le habían dejado claro que no iba a conseguir nada en esa mesa.

Tras saborear la deliciosa cena en completo silencio, el hombre de pelo largo se dirigió al moreno:

—Peter, ¿por qué no te asomas para ver como va la tormenta?

Con un gesto de cabeza, Peter se levantó y se dirigió a la puerta. Una vez abierta ésta comprobó que, lejos de amainar, la tormenta se volvía cada vez más intensa. Agitó la cabeza y volvió a la mesa.

—La tormenta va a peor. Mucho me temo que tengamos que pasar la noche aquí. Nicolae, creo que deberías hablar con el posadero para que nos prepare habitaciones.

Nicolae, se volvió hacia el encapuchado.

—Señor...

Este hizo un gesto con la cabeza y Nicolae se levantó para ir a solicitar el alojamiento.

EL REINO PERDIDO. PARTE I (TERMINADA)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora