Equipo Absediana

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Los rayos del sol alumbraron su rostro, con pereza logró abrir los ojos dándose cuenta finalmente de que ya era de día. Se estiró de la manera menos sutil posible con el fin de que su nuevo compañero de pieza también despertara, lamentablemente, él ya no estaba ahí. Se sentó encima de la cama, se refregó los ojos mientras bostezaba para luego comenzar a acicalarse el pelo para por fin terminar atándoselo. Hasta ella llegó Annie, la melomantha, quien, al no ser ya una bebé recién nacida del cascarón, pedía desesperadamente que la dueña le abriera la ventana para así salir a dar una vuelta por los aires del C.G.

Lentamente se levantó para darle acceso de salida a su familiar, se cambió de ropa, aún entre dormida, pasó su mano por la ropa que había en el closet para sacar una chaqueta con la que pudiera taparse del frío matutino. Sus brazos pasaron por la suave tela que, indescriptiblemente, olía mucho a él. Cuando se fue a mirar al espejo, además de ver en su reflejo, su cara de sueño, vio que encima de sus hombros llevaba puesto el fiel kimono que siempre utilizaba el vampiro. Dormida y sin querer se había puesto una prenda que era de él y que estaba guardada en su cómoda.

-¿Desde cuándo dejas tu ropa en mi armario? –pensó la faelienne, quien con curiosidad, caminó hasta el ropero para darse cuenta de que dentro de este, no solo había estado el kimono colgado, sino que también, Nevra había dejado un par de pantalones y un cinturón, todo eso, sin contar el perfume que había comenzado a dejar encima de la repisa, según él, para salir perfumado por las mañanas.

Si, desde aquella vez en la que él la fue a buscar a la playa, desde aquella vez en la que él le había dado a entender que quería cambiar para estar con ella, el muy desvergonzado había comenzado a dormir con ella todas las noches. El vampiro llegaba todas las noches a las 22:00 en punto para colarse en la habitación de la chica. La humana lo admitía en silencio, admitía que le encantaba sentirse acompañada por él, admitía que él podía curar aquella soledad que dejaba marcas silenciosas en ella, sin embargo, por culpa de las intromisiones del crepuscular, había tenido que cambiar un poco el estilo de vestir que utilizaba para dormir, cambiando aquellos camisones cortos casi transparentes por aquellos que fueran más largos, menos escotados y no tan traslúcidos, puesto que varias veces había pillado al vampiro traspasándola con la mirada de forma descarada. La verdad es que no le molestaba en absoluto que él la mirara, es más, le gustaba, se sentía bien saber que él tenía ojo para ella, sin embargo, eso no quitaba la cara de depravado que a veces ponía, incluso, sentía como si el chico no la estuviera mirando con un solo ojo, por lo que, pasados unos días, en la mente de la joven faelienne comenzó a surgir la remota idea de que quizás su querido Nevra no era tan tuerto como él decía.

Luego de quitarse el kimono y ponerse una prenda suya, salió directo hacia el baño para lavarse la cara y para posteriormente bajar a tomar desayuno a la cantina.

Ezarel y Erika se encontraron en el comedor y al verse acordaron sentarse juntos para desayunar.

-¿Que es todo este alboroto? -habló la faelienne mientras tomaba el pote de miel para untar al pan.

-Más tarde Miiko hará un anuncio por una competencia que hay todos los años. -le habló serio para luego impedir que la chica sacara miel -solo los adultos comemos miel. Toma ten- le alcanzó la mermelada.

-No me gusta la mermelada. -habló molesta.

-Lo siento, pero es lo único que hay- le sonrió burlón para luego sacar una cucharada grande de miel y llevársela directamente a la boca.

-¡Comparte no seas mezquino!

-Bien solo por hoy compartiré un poco -con la misma cuchara volvió a sacar un poco de miel y untó un pequeño hilo del néctar en el pan de la castaña- ahí espárcela con el dedo.

Te recuerdoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora