XXXIX - Steve Rogers

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39.- Pupilas.



Mis manos palparon la superficie del colchón, buscando a quien asumía se encontraba durmiendo a mi lado. Entre abrí los ojos y me decepcioné al sentir y ver su ausencia. Por quinta vez, Steve no estaba allí.

La situación entre los dos se comenzaba a tornar un tanto extraña y también distante. Sus caricias ya no eran las misma, tampoco sus besos ni sus palabras. No quise indagar demasiado en el tema si no estaba segura de lo que él sentía. Asumí que era el trabajo; las misiones no le daban tregua tras ir en busca de los malhechores empecinados en dominar el mundo.

Steve comandaba cada misión, por lo que, en él, recaía mucha responsabilidad. La responsable de nuestra distancia y cese afectivo.

Me levanté y caminé hasta la cocina. Era temprano por la mañana. Me preparé un café antes de ir a bañarme. La soledad me envolvió en conjunto con mis pensamientos poco alentadores. Sin embargo, de todos aquellos que querían alarmarme y llenarme la cabeza de falsas especulaciones, sólo uno me hizo reaccionar. Ese día estaba decidida a recompensar sus días.

Steve regresó a casa minutos después, cuando estaba a punto de entrar al baño para asearme. Su polera gris ceñida a su cuerpo lucía sudada tanto como su rostro. De igual forma le besé, dándole la bienvenida a casa.

—Uhm, Steve...

—Dime. —Dijo, sin mirar más que a su reflejo en el espejo del baño mientras secaba su cabellera rubia y su rostro rostro.

—Quisiera que esta noche cenemos. —Me mordí el labio inferior, nerviosa. Sus ojos azules viajaron hasta mi anatomía, observándome atento. —¿Tienes algo que hacer? —Inquirí.

—Sí, digo...no, no tengo nada programado. —Sonrió. Giró sobre sus talones, se acercó y me atrajo a él para poder besarme. —Cenemos esta noche.

Con la promesa de cenar, ideé lo que más le podría gustar a Steve. Entre una y otra opción, recurrí a la ayuda de Wanda. La sokoviana no demoró en llegar a casa y ayudarme con los preparativos mientras comentábamos temas triviales. Hasta que salió el tema del distanciamiento entre Steve y yo.

—Creí que no se notaba. —Dije. Wanda sonrió ligeramente, posó su mano en mi hombro y presionó suave. —¿H-has leído su mente? —Pregunté curiosa. —¿Sabes por qué está así?

—__________, no creo que sea correcto de mi parte indagar en sus pensamientos. —Dijo la castaña con su típico acento extranjero. Solté un suspiro pesado y seguí preparando la cena. —Sea que lo que sea, traten de salvar lo que queda de la relación. —Aconsejó.

—Steve ya no es el mismo, Wanda. —Murmuré. —En la mañana me besó. —Dije, recordando el casto y rápido beso que dejó en mis labios con aquella sensación a la nada misma. —Fue como besar a un extraño. —Un dolor se alojó en mi estómago al recrear aquello. Era un dolor suave, apenas perceptible. Sin embargo, era molesto.

—Creo que son sensaciones tuyas, __________. —Dijo la muchacha. —Crees que Steve no te ama, por eso sientes sus besos así. —Sonrió. —Sé de algo que quizás te ayude con tu duda. Es una pista bastante confiable. Al menos así lo dicen. —Frunció sus labios en una mueca.

—Dímela. —Pedí.

—Mírale a los ojos. —Dijo. —Las pupilas se dilatan cuando se está con la persona amada. Es una reacción propia de nuestro cuerpo. Quizás puedas resolver tus dudas así. —Se encogió de hombros.

Pensé en lo que me había dicho Wanda durante el transcurso del tiempo mientras preparaba nuestra cena. La sokoviana se retiró de nuestro hogar una vez me ayudó en todo lo que pudo. Me arreglé antes de recibir a Steve y llevar la cena a cabo. Éste llegó a la hora indicada. Le besé y traté de mirar sus ojos, pero no logré ver absolutamente nada.

La iluminación, pensé. Más no le presté demasiada importancia a las reacciones de sus pupilas. Me esmeré en darle todo mi cariño durante la comida.

—¿Qué tal el trabajo? —Pregunté mientras servía los platos.

—Nada mal. —Respondió. —Ha decir verdad, este día estuvo bastante relajado.

—Ya era hora, ¿no? —Sonreí.

—Ya era hora. —Afirmó Steve, esbozando una sonrisa, haciendo brillar su mirada. —Te ves radiante. —Elogió.

—También tú, Steve. —Murmuré cohibida. Steve rio y comenzó a probar la comida, aprobando el sabor que tenía ésta.

Nos besamos y reímos como lo hicimos en la primera cita que tuvimos. Por un momento vi la posibilidad de estar equivocada al pensar que él ya no me amaba. Decidimos subir a nuestra habitación y concluir la cena con una noche de pasión.

Entre besos y caricias manifesté nuevamente mi cariño, mencionando cuánto lo amaba. Y es que nada era mentira; lo amaba y deseaba vivir el resto de mi vida con él, atrapada entre sus brazos y besos vehementes. Esos besos que tanto adoraba y lograban arrancar suspiros a mi alma enamorada.

Me posicioné sobre él una vez hicimos el amor. Le besé lento y apasionado; recorrí sus facciones y solté pequeñas risitas ante el contacto de su barba y la piel de mis mejillas.

—Te amo. —Le dije por sexta vez, juntando mi frente contra la suya en un acto por contemplar su rostro más de cerca.

Steve se tomó su tiempo antes de responder; acarició mi dorso con sus grandes manos y figuró una pequeña sonrisa de lado.

—También yo.

Observé su mirada, sin siquiera acordarme del consejo de Wanda. ¡Hasta ese momento, claro! Porque cuando lo miré y el me miró, mi corazón se rompió en mil pedazos. 

S. Rogers - C.Evans || One ShotsDonde viven las historias. Descúbrelo ahora