Capítulo 32.

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El aire fresco chocó contra su rostro mientras esperaba fuera de la casa de la Australiana, dudando en si debería irse o continuar esperando, hace una hora había llegado al hogar de su amiga pero al parecer nadie estaba allí pues tocó varias veces el timbre y nadie abrió, incluso le dejó varios mensajes y algunas llamadas pero ninguna fue respondida, con lo despistada que es Rosé seguramente olvidó que habían quedado en encontrarse hoy en su casa. Decidió marcharse, comenzaba a hacer frío y dejó su abrigo en casa, si continuaba allí estaría propensa a atrapar un resfriado, y eso es lo que menos quiere.

Estaba apunto de irse cuando escuchó la voz de Roseanne.

—¡Chaeyoung-ah!—Se giró para verla, y casi queda con la boca abierta al observar a la pelirroja.

Está usando un top deportivo y pantalones anchos, debe admitir que se ve increíble. Tiene una linda figura,  ahora va entendiendo porque en la academia sus compañeros la elogian por su cintura de hormiga, estaba tan concentrada mirando a Rosé, que ni siquiera se fijó en la chica rubia que está junto a su amiga.

—Chaeng, ¿Qué haces aquí?—Preguntó Rosé.

—¿Lo olvidaste? Quedamos en que hoy me ibas a ayudar a estudiar inglés.

—Oh, cierto.—Sonrió.

—Despistada.—Murmuró la rubia desconocida, su rostro le parecía conocido a Chaeyoung.

—Silencio Manoban. Ah, por cierto ella es Lisa, una amiga.

—Mucho gusto, soy Lisa.—Hizo una pequeña reverencia que fue correspondida por la más baja. Ahora entendió todo, ella es la Tailandesa que vino de intercambio.

—Son Chaeyoung.

—Ah, claro. La famosa Chaeyoung.

La menor frunció el ceño.

—¿Famosa?

—No le hagas caso, ella siempre dice cosas sin sentido. Lisa, ¿No tenías que ir con tu madre a comprar unas cosas?

—No, todavía...—Recibió una mirada de muerte por parte de Rosé.

—Ah, si cierto. Lo olvidé, tengo que irme. Fue agradable conocerte, adiós Rosie.—Se acercó a ella para dejar un beso en su mejilla.

La menor se sintió incómoda ante la situación, en verdad deben ser cercanas para tener esas muestras de  cariño.

—¿Llevas mucho tiempo esperando?

—Sí, te dejé varios mensajes pero no respondias.

—Dejé mi teléfono en casa, perdón por hacerte esperar.

—No importa, pero deberías abrir porque me estoy congelando.

Rosé rió, sacó las llaves del bolsillo de su pantalón y abrió la puerta, ambas entraron a la casa de la Australiana.

—Bueno, tendrás que esperarme mientras me doy una ducha porque no pienso quedarme con esta ropa.

—¿Por qué no? Si te queda bien, así me dejas ver tú...

—Ya basta, que me harás sonrojar.

—Estoy bromeando.

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