Prólogo

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Esa misma sensación que me ha perseguido desde que tengo memoria comenzó a recorrer mis venas una por una. 

—No, por favor, no, no —susurré, temblando. De nuevo me sentí vulnerable, odiaba esto. La rabia oprimió mis músculos, marcándolos. 

El ruido desapareció, tragué con fuerza y la marca donde justo comenzaba mi columna dorsal comenzó a quemarme, el ardor llegó hasta mi rostro y lo consumieron mis ojos. Parpadee y la sensación de que prendían fuego llegó.

Respiré con fuerza, y fui remplazado una vez más.

Cerré mis ojos de satisfacción por el poder que adquirí. Me siento fuerte y capaz de todo, era una burla lo que era después de esto. 

Lo miré de nuevo y solté una sonrisa.

Era mío. 

En ese momento, el hombre se paró de la mesa riendo, se alejó de sus amigos mientras con pasos seguros cruzó toda la sala repleta de cuerpos sudorosos.

Lo seguí, a mi parecer se dirige al baño. Todo mi interior me gritaba, desesperado:

«¡Detente! ¡Basta! ¡Para!» pero a quien engañaba, por favor. 

Llevé mi mano a la bolsa de la chaqueta y tomé con fuerza el cabo de la daga. 

Tenía razón, ese hombre con barba abrió la puerta de los sanitarios con un movimiento alegre. ¿Cómo es que se permitía ser tan feliz? Su aura oscura e impura que desprendía causaba repulsión, podía engañar a todos, pero definitivamente no a mí. 

Entré, y me aseguré de que nadie quisiera entrar. 

Como era de esperarse, los baños eran una completa porquería. Oscuros, con una débil luz violeta que solo te permitían diferenciar los cubículos, los lavabos y la sombra de ti en los espejos. Fue lo primero que vi, mi silueta entrar por esa vieja y oxidada puerta. Sin poder evitarlo, la seductora adrenalina me consumía.

El sujeto estaba frente al espejo que resonaba por la fuerte música del local. 

Lo miré con detenimiento, me acerqué y su olor que desprendía de alcohol y cigarro lo aspiré.  

Esto será mas sencillo de lo que pensé y por lo visto, nos encontrábamos solos. 

—Una buena noche ¿verdad? —me preguntó. Estaba ligeramente ebrio, por lo que sonreí altivo. 

—Definitivamente —contesté con sorna. 

Caminó decidido a irse, pero esto apenas comenzaba. Lo tomé del brazo con fuerza.

—Aunque claro que no para esas personas ¿no crees?

Inquieto me miró, extrañado. 

—¿De que estás hablando, amigo? 

—Oh pues, claro de la sangre que está escurriendo de tus manos aunque debo confesar que yo tampoco estoy tan limpio.

Miró sus manos, comenzaba a temblar.

—No hablo literalmente, idiota —reí, o estaba demasiado imbécil o ebrio, pero por su cara, yo creo que ambas. 

—No sé de qué hablas. 

Lo solté, sin perder mi sorna. Caminé con gracia a su alrededor. Esto será más divertido de lo que esperaba.

Le puse el seguro a la puerta estando cerca, y volví mi mirada a sus ojos desesperados.

—Te contaré un secreto, amigo mío. 

Su respiración pesada solo hacía mas excitante todo. 

Solo es un poco de oscuridadDonde viven las historias. Descúbrelo ahora