Capitulo 32

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Lo tomé de la mano como si fuese a romperse y lo senté en el colchón como yo

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Lo tomé de la mano como si fuese a romperse y lo senté en el colchón como yo.

Limpié lo mejor que pude cada una, cada caricia de filo en su piel hasta llegar a la profunda de su brazo. Hizo una suave mueca sin mover su cuerpo al sentir el alcohol en el algodón.

Mínimo medía diez centímetros. En todo esto, no hubo ni segundo en que no despegó su mirada de mi rostro y eso no me incómodo, todo lo contrario.

—No soy médico pero creo que necesitas sutura, se ve mal.

Tenía los dedos limpios cuando pasé mi dedo apenas tocando su corte.

—No es necesario, sanará. Sino de la forma natural cuando vuelva "K" y se cure. Tiene una forma rápida de curación, pero yo no.

Asentí confundida y no muy convencida.

Cuando terminé su brazo, lo miré. Sus ojos insondables hacían que me perdiera por completo. Mi respiración latente se profundizó y las sombras del rostro de Blake que nacieron por la contraluz me deleitaron.

Toqué su rostro con la yema de mi dedo índice y anular. Su piel era tibia lo cual me sorprendió porque sus manos siempre estaban frías.

Llegué hasta sus labios, dónde tenía el corte. ¿Quién te hizo esto?

Bajé mis manos despacio, por su cuello, costillas hasta llegar a su cintura, desnuda para poder limpiarle todo y que nada se infectará aunque insistía que no era necesario.

Mis nervios dejaron a un lado las magulladuras y solo ví el torso pálido, como si nunca hubiera conocido la luz del sol su piel blanquisca.

Parpadee un par de veces. No podía creer que existiera alguien tan jodidamente bueno.

Sujeté de nuevo mi control y puse los algodones ensagrentados en la bolsa para no dejar nada que pudiera hacer preguntas

Sam yacía dormido en su cama, solo su pequeño cuerpo bajando y subiendo con lentitud por sus suaves respiraciones.

Cuando alcé mi rostro para mirarlo seguía serio, calmado sin dejar de ver mis movimientos como si tuvieran escritos los mejores poemas.

—¿No duele? —pregunté por su falta de signos de molestia de ardor.

—No. Nada que no se pueda controlar.

No quería poner la situación en una discusión como siempre llegaba. Sin embargo me preocupaba el estar aquí sin saber lo que pasó, después de todo supongo que merecía saberlo.

—¿Me dirás que pasó? —por alguna extraña razón, sentía que no me diría.

Tal vez por la forma de su labio en una mueca.

—Perdón por venir, no debí hacerlo en esta condición.

—¿Entonces por qué viniste?

Detuve mis brazos para observarlo fijo y cómo el color de sus ojos se intensificó, o eso creí ver.

Solo es un poco de oscuridadDonde viven las historias. Descúbrelo ahora