Capítulo 11

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Mi tolerancia de alcohol era sorprendente

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Mi tolerancia de alcohol era sorprendente. Con los años la perfeccioné y puedo disfrutar sin preocuparme demasiado.

Estaba sentado, con una botella en mi mano. Amara se había parado al baño, por lo que en estos momentos estaba solo.

Me cegaron y unas manos suaves las sentí sobre mis ojos.
Escuché unas risitas delicadas en mi oído y un segundo después de quitar sus manos, me dio un beso en la mejilla.

Se brincó el sofá y se sentó alado de mí. Era Rose, con un vestido blanco y sus familiares labios rojos de su labial. Le mostré una sonrisa al igual que ella. En esto tiempo, Rose se ha mostrado como una buena amiga.

Amara bajó de las escaleras con cara seria, sepa dios qué pasó, pero en cuanto hizo contacto con mi línea visual mostró una sonrisa de lado, después llevó sus ojos a los de Rose que estaba pegada a mí, siguió avanzando y se colocó alado de Pey que la recibió con una sonrisa gran sonrisa.

—¡Okey! —anunció André levantándose de su asiento y dando una palmada —es hora de hacer este lugar algo más interesante —cogió una botella de vidrio de la mesa vacía que había en el centro y la alzó.—Es hora de jugar...

—Siete minutos en el paraíso —dijo una chica llegando hasta nosotros y sonriendo —mi juego favorito.

—Katherina, bienvenida —André dio nos pasos entre nosotros.—Las reglas son simples, a las dos personas que apuntará la botella después de ser girada, tienen que entrar a una habitación por siete minutos y hacer de las suyas.

—Creo que yo paso —se me adelantó Amara.

—Si, yo también —deserté, inclinándome un poco hacia todos, colocando mis codos en mis piernas.

—No, no, no, todos debemos jugar.

—Por favor, será divertido —rogó Rose a un lado, con capricho. Suspiré y asentí.

—Vamos Amara —el chico que planeó el juego se puso en cuclillas frente a ella —Vamos o te obligo a besarme —con rapidez, se paró un poco y llegó hasta pocos centímetros de su rostro para que gritara:

—¡Ya! Está bien.

André sonrió victorioso regresó a su lugar.

—Suelo causar esa reacción en las chicas —reí por su mal chiste.

—No sabía que todavía existía este juego —confesé a Rose, que puso un codo en mi hombro para recargarse.

—Aquí básicamente es una tradición.

Después de que recogieran lo que había en la mesa, André puso la botella y nos obligó a todos a cambiar de posiciones de las que estábamos, poniéndonos junto a chicos y chicas que no conocíamos.

Solo es un poco de oscuridadDonde viven las historias. Descúbrelo ahora