Capitulo 8

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El animal que tenía atado gemía y lloraba sin parar

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El animal que tenía atado gemía y lloraba sin parar. Lo tenía en los asientos de atrás de mi automóvil, amarrado, sometido, sin ninguna posibilidad de escapar o vivir.

Pero prefería mil veces matar a un animal que a un humano.

Me estacioné en un callejón, parecía viejo y denigrante, no se me ocurría ningún otro lado para poder desquitarse con el animal.

Coloqué el auto enfrente del callejón, cerrándolo, solo tenía unos pocos metros para poder pasar en él.

El gato sacó sus afiladas uñas pero para su desgracia, lo tenía bien amarrado y no me podía siquiera rozar. Me llevé conmigo la daga y saqué al animal, tomándolo por una de las cuerdas que enrollaba su cuello sin la suficiente fuerza para ahorcarlo. 

De verdad lo siento...

Entré en el callejón. Olía a orina y los viejos ladrillos estaban cubiertos de moho, había basura regada y sobre todo, colillas de cigarro. Me recordó un poco a los callejones de New York, eran los sitios favorito para los chicos drogados o demasiado excitados para buscar una habitación.

El ser vivo gruñó una última vez, estruendoso, y su cabeza se inclinó de una lado como si fuese muñeca de trapo, sin fuerza, sin ruido, sin siquiera sostenerse. Creo que ha perdido el conocimiento. Puede que así no sea tan pesado...

Cuando llegué en lo que creí el final de ese callejón, para mí sorpresa, todavía dobla hacia la derecha y da a la vista a lo más oscuro del sitio y descuidado.

Sin más, caminé en él. El fuerte olor a orina se intensificaba. Arrugué mi nariz por el mal olor y continúe. Por unas horas, ese aroma podrá encimarse en el olor del animal muerto que dejaré en una bolsa de basura. Con cada paso se podía sentir viscoso el suelo asqueroso, con un pequeño sonido ahogado.

En los ladrillos de la izquierda había un contenedor grande de basura metálico, ahí es donde pondré al gato, y encima de él podré juguetear con mi daga en su pequeño cuerpo. Pero había más callejón a la derecha, perfecto.

Solo dí un par de pasos y unas distantes voces las identifiqué.

Me paré por completo y sostuve mi aliento.

Cada vez que salgo de cacería, llevó conmigo una sudadera negra con capucha encima de la chaqueta, y por ello, tomé el gorro y me lo coloqué para cubrir parte de mi rostro con su tamaño, no podía dejarme ver.

Por las voces, supe que era una mujer y... Un hombre.

Me acerqué con cuidado un poco más y con lentitud, me asomé en la esquina del callejón que daba hacia más. Uno no viene a estos sitios para comer galletas con leche y platicar sobre la escuela, de eso estoy seguro.

No había nadie. Continúe caminando y fue cuando observé una puerta vieja de madera en un costado. Parecía una bodega abandona.

Un metro más.

Solo es un poco de oscuridadDonde viven las historias. Descúbrelo ahora