Capitulo 51

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Sus ojos no estaban dilatados, ni rojos excepto por sus lágrimas que había soltado

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Sus ojos no estaban dilatados, ni rojos excepto por sus lágrimas que había soltado. Caminaba con determinación y sus manos no temblaban. No sospechaba que tuviera algo metido. 

En cuanto llegué arriba, él ya tenía el cuchillo apuntándome. 

—¿De casualidad no es el cuchillo de mi cocina? —pregunté.

—Espero que puedas entender lo urgente que me pareció tomarlo sin tu permiso —movió su mano con el cuchillo, liviano. 

Tenía rabia, podía sentirla. 

No le dieron un buen arma para la tarea, como dejarlo a su suerte. 

—¿Dónde está la daga?

—En mi habitación, al final del pasillo.

—Pues vamos. 

Me invitó a pasar primero con una mano, pero sospecho que no es por caballerosidad. 

No quería hacerle daño, por lo que caminé por el corredor sin ninguna intención de engañarlo, hasta que Anabell salió de la habitación con una cobija que se había traído de su casa, arrastrando. Nos observó sin decir nada, pero los ojos le brillaron, justo el momento en el que supe que estaba sintiendo miedo. 

—Bell, pequeña, es tarde, deberías estar dormida ya. 

Pero su atención no estaba dirigida a mí, sino a André con el cuchillo en mano. Un chico alto con músculos y con ropa oscura.

—Quiero que duermas conmigo —pidió con voz aguda. 

Me quise acercar, pero el chico me puso el filo en la cadera como impulso. Lo miré con pesadez y me arrodillé junto a la niña. Su hermano estaba encerrado abajo y mis padres no llegarán hasta el lunes. ¿Cómo puedo dejarla aquí sin saber si volveré?

—Bell, quiero que me escuches con mucha atención —tomé su rostro con el mismo cuidado que se trata a una muñeca de porcelana. Tenía los ojos batallando en seguir abiertos, con el cabello lacio con nudos —quiero que vayas a la cama y duermas. 

—Pero yo quiero dormir contigo, no sola —reprochó dando saltos cortos con sus puntas de los pies, por berrinche. 

—Lo sé, lo sé —mi voz quería irse. No quería dejarla sola—pero mira, si prometes hacer lo que te digo, te doy la certeza de que pasaremos un día completo en cama juntas, comiendo todos los dulces que me pidas. 

—¿Con helado también? 

—Sin duda tiene que haber helado —le sonreí para aligerar el ambiente pesado que traía un hombre parado junto a nosotras. 

La niña me dio un beso en la mejilla y corrió al cuarto de donde estaba y escuché como se arrojó al colchón rechinante. 

Me paré y con menos peso en mi pecho, seguimos caminando hacia mi cuarto. 

Solo es un poco de oscuridadDonde viven las historias. Descúbrelo ahora