Capitulo 40

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Me quedé pensativo ante sus palabras

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Me quedé pensativo ante sus palabras.

Parecía tan confiado en lo que decía, como si tuviera que cuestionarme en serio esa pregunta, pero bien podía ser ese su fuerte ante sus mentiras, la confianza. Me lo ha demostrado, no necesitaba ver más para confirmarlo.

—Estoy seguro, solo te veo en las esquinas sin luz molestando a los de tu paso.

Me sonrió con los labios unidos. Estaba tan relajado que poco a poco me hacía sentir de la misma manera, aunque no perdía mi templante de recelo recesivo.

—¿Sabes? Hace muchos años tenía un hermano. Estábamos unidos por algo mucho más fuerte que la sangre familiar, tal vez el destino. Me lo arrebataron injustamente y desearía con todas las ganas que regresará a mi, haría lo que fuera por eso —me miraba con seriedad. —Tu me recuerdas un poco a él, tienes cosas de él.

—Ni siquiera nos conocemos.

La conversación me estaba desconcertando.

—Como dije, te he estado observando. Tienes esa mirada, no la que observas al instante, sino la que estudias por minutos. Absorto en tu cabeza, perdido en ella. Él tenía la misma.

Su rostro se suavizaba conforme hablaba. Me daba a entender lo importante que fue esa persona y por unos segundos, se ganó un poco de mi empatía.

—Lo lamento, siento lo que pasó. Pero no encontrarás nada en mí de él, lo mejor es que aprendas a vivir con su partida.

Cómo he estado intentando toda mi vida al querer desprenderme de mi madre.

—No te preocupes, no intento remplazarlo, él era especial y he buscado esa tranquilidad, pero no la encuentro. No puedo olvidar el pasado, luché mucho por esos años.

Ambos nos quedamos en silencio. No me caía bien, pero puede que ambos tengamos un lado jodido después de todo. Y lo entendía, era una mierda. No pasaba ni un día en el que no pensaba en mi madre, no podía olvidar su voz al cantarme en las noches o al gritar de dolor a manos de mi padre.

Al estudiar mi trance, volvió alzar la petaca para ofrecérmela y con desconcierto solo por mí, acepté y le dí un buen trago.

Si, nada que ver con lo que servían en la fogata. Agradecí el gesto y para mí sorpresa, no se me hizo tan odioso como hace unos minutos.

Fue extraño, durante un rato estuvimos hablando sobre el mismo tema y me di cuenta cómo la pérdida podía afectar tanto. El varón extrañaba al chico tanto como yo extrañaba a mi madre.

—¿Y cómo murió?

Él sabía porqué no objetaba nada  de lo que decía, eso lo hizo llegar a la conclusión de que sabía la clase de dolor que soportaba él. A veces el silencio dice más que mil palabras.

—Mi padre la asesinó, mató a mi madre. Cuidaba bien de mi, pero no de sí misma.

Ambos nos encontrábamos sentados en la tierra, descansando nuestra espalda en un árbol viejo y grande. Las raíces no parecían ser una molestia en nuestros traseros en este punto.

Solo es un poco de oscuridadDonde viven las historias. Descúbrelo ahora