ALFRED:
Me muevo nervioso por toda la sala de reuniones de la discográfica. No he venido hasta Madrid para perder un día entero de grabaciones de mi nuevo trabajo. No, no, me niego. Miro el reloj compulsivamente, le voy a sacar brillo con la mirada, mientras los jefazos de la discográfica me miran de soslayo y el mánager de ella se disculpa tratando de no pasar más vergüenza en su nombre.
—Comprenderán que mi tiempo es muy importante —digo volviendo a levantarme la manga de la camisa—. Y tengo otros asuntos de los que ocuparme. Si he venido hasta aquí ha sido porque ustedes me lo han pedido.
Tengo fama de frío, irascible e incontrolable. No me gusta perder el tiempo. Quiero las cosas claras y cuando concierto una cita, se llega en hora. No con más de una hora de retraso. Aunque a ella parecía darle igual. La estrella mimada de la compañía. Aunque, se había perdido por el camino. Era el tema recurrente por los pasillos. Amaia, el buque insignia de la casa, había empezado de manera fulgurante. Había seguido hasta su tercer disco, cuando el abismo la absorbió por completo y empezó a perder el rumbo.
Era una fiera para las ventas, pero no para la calidad. Alguien que hace unos discos tan exquisitos no puede venderse a la música comercial. Así que había dejado de seguir su carrera. Aunque ahora desde la discográfica querían que yo, su productor estrella, le hiciera un disco a su medida. Mientras la espera me consumía, aproveché para dejar algunos asuntos claros. Yo me iba a encargar de todo y no quería narices metidas en mis asuntos.
—Mi regla de oro es que mi trabajo es mío. Y de nadie más.
—Ha sido siempre así, Alfred —clamó Manuel, el mandamás de la casa—. Y seguirá siempre así. Sólo que queremos algo que...
—Algo que venda mucho y cueste poco —dije irónicamente, sabía lo que buscaban pero no iban a encontrarlo conmigo—. Pero no es eso lo que yo hago con los artistas y lo sabes. Si estás buscando eso, encuentra otro productor para esa chica.
Hice ademán de levantarme de la silla. Nunca fallaba ese viejo truco. Cuando creen que están a punto de perderte, se pliegan a lo que quieres como una cobaya. Y lo peor de todo es que siempre lo conseguía. No me había llegado a codear con las altas esferas por nada. Es mi trabajo, lo mimo, lo cuido, no lo prefabrico y lo encorseto. Y esa chica... Dios, era todo lo contrario a mí. Iba a ser una tortura trabajar con ella.
—Lo que mi hermana quiere... —levanté la mano, interrumpiéndole.
—¿Y usted es...? —y lo ojeé desde el primer pelo de la cabeza hasta sus zapatillas deportivas desgastadas, bonitas, por cierto.
—El hermano de Amaia Romero —me dijo con evidente molestia.
—Lo siento, no trato con la familia. Trato con los artistas.
—Sabrá usted que yo soy el mánager de mi hermana...
—¿Ah, sí? —dije chascando la lengua—. Pues parece que su hermana se ha perdido bastante por el camino si estamos aquí sentados, ¿no?
Su molestia fue más que evidente. Me sonreí. No me gustaba andarme con medias tintas. No tenía fama de ser demasiada buena gente. Yo quería hacer el mejor trabajo y no me importaba si eso suponía horas intempestivas en el estudio, días sin pasar por casa. Todo daba igual. La calidad debía primar sobre la cantidad.
—Alfred —dijo Joe, el promotor de la casa discográfica para conciertos—, lo que nosotros queremos es volverla a lanzar al estrellato.
—Bien, entonces, vosotros decidís si queréis una artista del momento o una artista de carrera.
Odiaba a los artistas del momento. Me ponían enfermo. Las mismas letras, las mismas melodías, los mismos sonidos, todos iguales, sin ganas. Me empezaba a dar asco. Pero yo sabía que ella escondía algo. ¿Dónde? No me preguntes, pero algo tenía que haber. Una pianista no se pierde por el camino así como así.

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Promesas que no valen nada
Fanfic"Nuestro futuro depende de cómo entendamos nuestro pasado". Amaia Romero y Alfred García son, respectivamente, la cantante de éxito mundial y el productor de moda. Alfred es definido por todas las personas con las que ha trabajado como despiadado...