Prólogo.

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Sentada en el asiento, junto a la ventana en el tren, mirando hacia la nada; trayendo todos esos recuerdos a través de la nieve que se queda atrás con la velocidad que conlleva el ir en este transporte

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Sentada en el asiento, junto a la ventana en el tren, mirando hacia la nada; trayendo todos esos recuerdos a través de la nieve que se queda atrás con la velocidad que conlleva el ir en este transporte. Mi nariz y ojos enrojecidos gracias a las lágrimas, mis manos pálidas por el frío, y mi corazón apagado, es todo lo que puedo recordar que queda de mi vida adolescente.

Porque una vez fui Amelia

No siempre fui Mia, la chica que engañó a su novio con su mejor amigo en esa fiesta, alguna vez tuve una familia. Alguna vez tuve un futuro, y alguna vez, se podría decir que tuve algo de lo qué enorgullecerme. Pero mi vida no es, no fue, ni tampoco será, un cuento de princesas, sí, estaba destinada a ser una, pero ¿A costa de qué? El ser esa «princesa» estaba por costarme la vida, de no haber aparecido él.

Al tener a mi bebé, me vi exiliada del resto de mi familia, del mundo. Únicamente apoyada por mi hermano y su novia, Viviann, por supuesto que... estuve por cometer un error de niña desesperada al enterarme de la llegada de Tedd, estuve por arrancarme la vida al quitarlo de mi vientre, no funcionó, Gian llegó a tiempo para que no llegara a enterrarme aquel cuchillo.

Sí, una decisión estúpida

También lo intenté al tenerlo ya en mis brazos. Se lo había vendido a una pareja que deseaba adoptar, pero al ver aquellos ojos marinos conectarse con los míos, su pequeño corazón palpitar en mi mano, y su apenas visible e inocente sonrisa, apareció, el primer sentimiento después de casi un año, el primer sentimiento de amor, pude verlo a través de sus ojos. Y entonces me negué, por supuesto que tuve que dar batalla para que mi bebé se quedara conmigo, pero con mi pequeño Tedd, siento que encontré mediana paz.

«Partir a Nueva Orleans» lo cierto es que mentí, mis padres no me enviarían a Nueva Orleans con toda la gente de buena reputación que les aguarda allí. Portsmouth, el único lugar en el mundo, en el que mis padres eran indiferentes para el quien no los conozca, y no pensaron dos minutos para dejar a su hija de apenas dieciséis años varada en la calle, sin nada de lo qué sostenerse.

Hasta que Gian se ofreció a acompañarme, aprovechando que su novia reside ahí. Este tren me está llevando de regreso a mi actual hogar, un pequeño departamento en el cual sólo miro pasar las horas, junto a una ventana húmeda y desgastada por el tiempo, alimentando a mi pequeño con los nutrientes necesarios que le brinda su tío, sin Gian en mi vida, creo que Tedd y yo estaríamos muertos.

Pero no siempre fui así de... odiada. Antes de que toda esta pesadilla se hiciera realidad, mis padres me dieron toda la atención necesaria... para ellos, sí, como lo lees. Ellos vieron conveniente convertirme en... Amelia, la importante chica hija de grandes figuras, y futura abeja reina que lideraría sobre los demás. Convirtiéndome así, en amiga de quienes no conozco.

Y la esclava monetaria de mis padres

Mis padres nunca vieron en mí a una hija, no una a la cual querer, comprender, escuchar, y aconsejar —más que para asuntos de dinero— ellos siempre vieron a la chica perfecta. Crecí con la educación de una joven de bien, con modales, educación de punta, gracia y porte, una chica correcta, buena y sobre todo, destinada a ser, el modelo de chica ideal o perfecta.

Todo eso antes de estar...

Rota.

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