Capítulo 41. Amargo.

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Segundo trimestre de embarazo: Semana diecisiete.

Me retuerzo una y otra vez sobre la cama con no poder conciliar el sueño ante la falta de sueño que experimento a estas horas de la noche. Finalmente no puedo permanecer un minuto más en la cama y me dispongo a levantarme a plena madrugada a tomar algo para poder descansar. Ato la bata de microfibra alrededor de mi cuerpo para entrar al baño y prender la luz.

Al mirarme por el espejo me encuentro sumamente perdida en mi reflejo que no muestra cosa que no sea el deterioro de mi rostro por las noches sin dormir, y algunas heridas en mi rostro así como mi cuello producto de los rasguños que aún a espaldas de Gian, no puedo evitar hacerme por las noches.

No pienso mentir, que decida permitirle a esta cosa nacer, no me hace poder quererla, me siento de lo más asqueada, despreciable, no me siento bonita, no siento que mi cuerpo sea el de una bailarina, ni siquiera siento que quede algo de la muñequita dulce y tierna que los jueces de importantes competencias vieron una vez en mí.

No siento que tenga el cuerpo de una chica con autoestima alta, no siento siquiera que merezca la pena llegar a encariñarme con esta vida, no me veo acostumbrada a esta vida, no me veo haciéndome responsable de un hijo. Mi vida se ha arruinado por completo, no tengo nada, no puedo bailar, mis padres me odian, apenas y hay dinero para comer algo, al salir por la calle noto que las personas miran directo a mi vientre abultado que no puedo cubrir ni ocultar por más que lo intente.

Todo se ha echado a perder.

No tengo nada, realmente que estoy sola.

—¿Mia? —escucho una voz ronca a mis espaldas.

Dicha voz me hace regresar a la realidad de golpe al mirar por el espejo y encontrarme a Gian parado en el marco de la puerta del baño mientras se frota los ojos con somnolencia. Acomodo la bata hasta cubrir mi cuello para abrir la llave del lavamanos y humedecerme el rostro.

—¿Qué haces despierta? —añade un poco más despierto mientras me mira con los ojos achinados y su cabello castaño despeinado.

—Necesitaba ir al baño —respondo cerrando la llave para tomar una toalla y secar mis manos.

—No es bueno que te desveles, puede afectarle al bebé... —le interrumpo de manera cortante y seca.

—Buenas noches —apago la luz del baño para acto seguido salir de la habitación y regresar a mi alcoba para terminar de pasar la noche con o sin sueño.

A veces pienso en que la vida de esclava monetaria con mis padres era mucho mejor que esto, que comer de las migajas, vivir en la miseria, que soportar todo esto, pienso que toda esa falsa e interesada atención que recibía en California era mucho mejor que acabar exiliada en el infierno.

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Miro con poco apetito el plato frente a mí en una mueca de disgusto que a Gian, no le agrada demasiado, lleva días diciendo que no ha conseguido un trabajo y que ha estado pidiéndole más dinero a sus tíos paternos, por supuesto que sin decirle para qué el propósito de ello.

—Mia... debes comer y tomarte los suplementos, no es fácil conseguirte lo que necesitas con el poco dinero que tenemos —le miro en silencio sin mover nada más que mis ojos para parpadear, mas un tinte de ira alcanza a colarse por mi torrente sanguíneo haciéndome entrecerrar los ojos ligeramente— Por favor come.

—¿Quieres venir a hablarme de salud Gian? No pienso consumir nada de lo que quieras darme, no quiero nada de eso, es mi cuerpo y por tanto mi decisión. Dije que este bebé iba a nacer, jamás dije que le daría lujos —el castaño rueda los ojos.

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