Capítulo 17. El dolor de perderlo todo.

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Mi pecho sube y baja con lentitud y suavidad así como mis manos se entrelazan entre sí sobre mi vientre mientras miro a las personas pasar por las calles a través de la ventana de la habitación de Tedd y mía. Mientras recuerdo, ese día, ese día en que tuve miedo.

De perderlo todo

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Flashback

Salgo del edificio para proceder a mirar a ambos lados y averiguar quién anda en estos rumbos, cuando centro la mirada en un auto, me arrepiento de inmediato. Dos personas de lo más despreciables están ahora paradas frente a mí mirándome como si fuera una apestosa plasta de excremento.

Pero ellos son más asquerosos que eso

—¿Qué hacen aquí?—siento en mi pecho un peso que me impide respirar al pasar de los segundos—Ustedes no tienen nada, qué hacer aquí—mascullo entre dientes sintiendo la ira y el dolor consumirme en mis entrañas.

—Por ti no. Por algo que vino de ti, sí—responde mi madre con indiferencia hacia mi persona y la frialdad azotando ese iris marino que posee—Venimos por el niño. Ahora que está lo suficientemente grande, podemos llevárnoslo para criarlo y esta vez hacerlo bien, más estricto, con educación de punta y sin derecho a salir sin vigilancia para no dejarlo cometer tus estupideces—añade mirándome con desprecio.

Y todo mi ser se viene abajo

¿Quieren a Tedd? ¿A mi único, pequeño, inocente e indefenso bebé? ¿Para convertirlo en un robot sin derecho a la libertad y a vivir? No, de ninguna manera, no voy a permitirlo, sobre mi cadáver se llevarán a mi hijo para hacerlo su esclavo monetario.

—¿Y se piensan que les voy a dar a mi hijo así de fácil para que lo hagan un esclavo de su dinero, hipocresía y estúpida reputación cuando ni una llamada hicieron por él?—dejo salir una irónica risa cargada de frialdad—Quiero que se larguen ya.

—No me importa si esperabas una tarjeta de felicitación por la niñería que cometiste—masculla mamá al paso que se acerca más a mí hasta tenerla enfrente—Me llevaré a ese niño, lo quieras, o no.

—Antes me matas, pero no vas, a llevarte a mi hijo, que tuve yo, que se formó en mi vientre, y no en el tuyo. Así que no tienes derecho alguno sobre él—mi madre torna más su mirada en frialdad para el momento en que me mantengo firme ante ella y la veo inflar su pecho en impaciencia.

—Soy su abuela—justifica mirándome fijamente, a lo que ladeo una sonrisa llena de desprecio hacia su persona.

—¿Recuerdas lo que una vez me dijiste cuando me tiraste a la calle con ese niño en mis entrañas?—comento por lo bajo mirándola tensarse—«Tú no eres mi hija, y ese, no es mi nieto»—mamá ahora da un paso atrás cuando su respiración se desestabiliza—Anda, ahora dímelo en la cara, para que él pueda ser tu nieto, yo debo ser tu hija.

—En ese caso prefiero recoger a un cerdo, y hacerlo mi hijo antes que volver a tenerte cometiendo los mismos errores una y otra vez—esas palabras ocasionan en mi estómago un doloroso retorcijón.

Siguen siendo crueles, sigue doliendo y sobretodo

Los sigo odiando

—¿Quieren llevárselo? Pues bien, tendrás que buscar el cerdo más limpio de California o Portsmouth, porque ni después de muerta permitiría que una harpía se quedara con él—cuando quiero retirarme, su mano sostiene mi brazo.

—No me cabe duda de que eres lo más malagradecido que existe. Tú nunca fuiste mi hija, y ya nunca lo serás, sólo quedarás en la calle pidiendo limosna, pudiste darle lo mejor a ese niño, y por tu egoísmo, tu mentalidad de niña y tus estúpidas decisiones, quedarán en la calle—justo Gian aparece en su auto.

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