•Capitulo treinta y ocho•

479 22 1
                                    

Julia
—¡No me puedo creer que te vayas en cuatro días! —exclama Marilia sentándose en mi cama — parece que fue ayer cuando me llamaste corriendo para decirme que habías recibido la carta.
—Espero que estos cuatro meses se me pasen igual de rápido.
—¡Pues claro que si! Va a ser genial ya verás.
Vuelvo a revisar la lista de cosas que no se me pueden olvidar, la cual ya está arrugadisima después de tantos días llevándola de un lado para otro.
—Te noto rara, estás como decaída —comenta mi amiga mirándome caminar de un lado a otro de la habitación.
—Estoy bien —respondo bajando la cabeza, de nuevo esa sensación de culpa por estar mintiéndole a mi amiga.
—No es verdad, tu eres más alegre... ya sabes que puedes confiar en mi.
Marilia tiene razón, la culpa de no estar diciéndole la verdad está afectando a mi estado de ánimo, no voy a poder volar a la otra punta del país con este secreto, es ahora o nunca.
—Tengo que contarte algo —comienzo sentándome en frente suya y mirándole a los ojos —se que te vas a enfadar pero debo hacerlo.
—Me estas asustando...
Me tomo unos segundos antes de empezar a hablar, estoy realmente nerviosa.
—Tengo novio...
—¡Pero si eso es buenísimo! —exclama Marilia interrumpiéndome.
—Eso es bueno, el problema es que mi novio es Carlos.
—¡Que! —puedo ver como la piel de Marilia se torna un poco pálida —Esto no puede ser real...
—Lo es y lo siento, se que debería habértelo dicho pero... no podía.
—¿Cuanto llevas con el? —pregunta mi amiga, y veo que sus ojos están empezando a poner rojos.
No respondo, esto está siendo más doloroso de lo que imaginaba.
—¿Cuanto llevas con el? —repite esta vez con más ímpetu.
—Empezamos a salir antes de Navidad... luego cortamos y hace una semana volvimos.
— O sea que a Carlos no le gusto...
—Lo siento muchísimo Marilia.
—Me has estado mintiendo todo este tiempo...
—No sabía como decírtelo.
Las dos nos quedamos calladas, bajo la mirada hacia mis manos, no puedo describir como me siento ahora mismo, sentir que le has hecho daño a alguien es una de las peores sensaciones que puede haber.
—Creo que es mejor que me vaya —comenta mi amiga levantándose.
—No quiero estar mal contigo —es todo lo que alcanzo a decir.
—Ahora mismo quiero estar sola y pensar —se acerca a la puerta y la abre —adiós.
Y me quedo sola, sintiéndome muy muy mal, necesito hablar con Carlos, quiero tenerlo cerca y escucharlo decirme que todo está bien.
Marcó su número en mi teléfono con rapidez y enseguida contesta.
—Hola guapa, ¿que te pasa?
—¿Puedes venir a mi habitación? —digo reprimiéndome las ganas de llorar.
Escucho que hay bastante alboroto al otro lado de la llamada, cosa que me extraña, ¿donde estará Carlos?
—Te propongo un plan mejor, ¿nos vemos en diez minutos en la entrada de la residencia?
—De acuerdo —respondo sin adivinar aún de dónde vendrá ese ruido.

Bajo con rapidez intentando llegar cuanto antes a la entrada, me muero por ver a Carlos y poder contarle todo.
Cuando llego tengo que esperar unos minutos hasta que lo veo acercarse a mí con una sonrisa que se le borra cuando se da cuenta de como estoy.
Sin decirme nada me rodea entre sus brazos haciendo que yo apoye la cabeza en su hombro, no puedo más y comienzo a llorar; Carlos no se separa de mi, noto como me acaricia la cabeza para consolarme y de vez en cuando me da cortos besos en la frente, esto era lo que necesitaba, él es el único que puede lograr que me sienta un poco mejor.
Cuando por fin consigo relajarme un poco nos separamos quedándonos muy cerca el uno del otro, la mano de Carlos lleva hasta mi mejilla y me limpia algunas lágrimas que quedan aún.
—Soy un horror de persona.
—Eres la mejor persona que he podido conocer.
—Carlos no me regales los oídos... le he hecho daño a mi mejor amiga.
—Has hecho lo que tenías que hacer, no es tu culpa.
—Ya pero aún así...
—Aún así nada, Marilia acabará perdonándote.
Alzo la vista para mirarlo fijamente, el me devuelve una sonrisa que provoca que me sienta más tranquila, cada vez que me mira así siento que nada puede salir mal.
—Va, sonríe un poco, vamos a dar una vuelta.
Me coge de la mano para entrelazar mis dedos con los suyos, y juntos caminamos sin ningún rumbo fijo, no nos soltamos en ningún momento, el acaricia mi mano con su pulgar y al final acaba consiguiendo que una pequeña sonrisa aparezca en tu rostro.
—Que guay eres... —comento cuando ya llevamos un rato de camino.
—Lo sé.
—Tampoco se te vaya a subir a la cabeza... —digo en broma.
—Si es que soy el novio perfecto, mira que rápido he conseguido que estés bien.
—Eso podría haberlo hecho cualquiera...
—Ya... —contesta él tirando de mi brazo para hacer que nuestros cuerpos queden pegados —y esto también —dice para después juntar sus labios con los míos en un intenso beso.
Nos separamos solo para coger aire y luego volvemos a besarnos, así una y otra vez, siento un hormigueo en mi estómago y no sé a qué viene.
Nos da igual estar en medio de la calle, algo ha refulgido en mi provocando que no quiera parar.
—De acuerdo —dice Carlos unos minutos después separándose de mi —creo que es mejor que dejemos esto para la noche.
—¿Que pasa esta noche? —pregunto extrañada.
Mi novio se encoge de hombros y empieza a caminar .
—¡Carlos! ¡Dímelo!
—No te lo voy a decir, pero te va a gustar, y mucho.

No confío en ti ||Julright||Donde viven las historias. Descúbrelo ahora