•Capitulo cincuenta y uno•

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Julia
Carlos y yo salimos de la habitación en dirección a la mía, me da miedo que Jorge salga solo tan tarde así que va a dormir en la habitación de mi novio y nosotros dos iremos a la mía.
No es muy tarde pero aún así estoy agotada tanto física como sentimentalmente, la cabeza me da vueltas y mi corazón sigue latiendo con fuerza a pesar de que hace rato que estamos a salvo.
Abro la puerta de la habitación con dificultad ya que mi mano tiene un ligero temblor debido a los nervios, cuando cierro la puerta tras de mi corro a sentarme en la cama, ¿por que tengo tantas ganas de llorar?
—Julia... —dice Carlos al ver mi estado —tranquila... ¿que te pasa?
—Estoy bien —miento —solo cansada.
—Ya claro, por eso tienes los ojos rojos... ven aquí —contesta sentándose a mi lado y atrayéndome hacia él.
Poso mi cara en su hombro y noto sus brazos rodeándome la espalda, me siento mucho más protegida; pero eso no evita que sin a penas darme cuenta empiece a notar que los ojos se me humedecen.
—No pasa nada —dice Carlos meciéndome ligeramente —entiendo que estes asustada.
—No es solo eso... —no puedo continuar; me es demasiado complicado abrirme, por eso casi nunca lloro.
Nos quedamos en silencio, lo único que se escuchan son mis sollozos, que poco a poco se van haciendo más leves a medida que me voy relajando, Carlos no me suelta en ningún momento y eso en cierta medida me da seguridad.
—Vamos a hacer una cosa —dice cuando ya he parado de llorar —subamos a la azotea.
—¿Tan tarde?
—Da igual, allí siempre estamos muy cómodos.
Asiento aún sabiendo cuáles son sus intenciones y en menos de diez minutos ya estamos sentados en el suelo de la azotea abrazados mientas que una manta nos tapa.
Carlos busca mi mano para entrelazar sus dedos con los míos, yo cierro los ojos y apoyo la cabeza en su hombro, ahora mismo me quedaría en silencio durante horas, pero es imposible.
—Siento que tengas que pasar por todo esto por mi culpa —dice Carlos al cabo de unos segundos.
—No es tu culpa... y además yo paso por esto porque quiero.
—Por mucho que quieras sé sufres y no me gusta verte así.
Me quedo en silencio, me gustaría decirle que está equivocado pero la verdad es que tiene toda la razón.
—Yo... no lo paso mal solo por la situación —de nuevo se me forma un nudo en la garganta —quiero ayudarte pero siento que es imposible.
—Porque lo es, has hecho muchísimas cosas por mí, pero con esos chicos nada es suficiente.
—Lo he intentado todo y siempre sale mal —siento que toda la rabia que tengo acumulada sale de golpe —¡ya no sé qué hacer!
—Yo tampoco, no hay soluciones —Carlos parece calmado, probablemente ya se ha cansado de luchar.
—¡Todo nos sale mal! ¡He arriesgado mi vida para nada!
Carlos se queda en silencio y Yo comprendo que debo relajarme, poniéndome nerviosa lo único que consigo es que se sienta más culpable.
—La fecha se acerca y tengo miedo... —digo suspirando.
—No va a pasar nada —Carlos me mira a los ojos por primera vez desde que llegamos a la azotea —buscaremos una solución.
—Siempre decimos eso...
—Porque la vamos a encontrar.
Niego con la cabeza, es prácticamente imposible, solo un milagro puede hacer que esto acabe bien.
—Pase lo que pase... no quiero perderte nunca.
Carlos parece dudar antes de hablar.
—No me vas a perder.

Me encuentro con mi cabeza apoyada en el hombro de Carlos mientras que este me rodea con su brazo; dormidos cómodos y tranquilos hasta que unos golpes en la puerta nos despiertan.
Al principio ninguno se mueve pero finalmente Carlos abre los ojos maldiciendo por lo bajo.
—¿Quien llama a la puerta a estas horas? —dice alcanzando su móvil que reposa en la mesilla de noche —son las ocho de la mañana.
—Vamos a seguir durmiendo... —susurro yo cerrando mis ojos con fuerza, ayer me costó dormirme y necesito al menos siete horas de sueño.
Carlos parece estar de acuerdo conmigo porque suelta su móvil y se abraza a mí con más fuerza.
Pero los golpes no cesan y Carlos acaba levantándose de un salto.
—Maldigo con toda mi alma a quien esté al otro lado de la puerta —dice posando su mano en el pomo de esta.
Un Jorge bastante despierto nos saluda, suspiro frustrada, ni siquiera me acordaba de que había dormido en nuestra residencia y verlo me trae consigo todos los recuerdos de anoche.
—¿Os despierto? —pregunta entrando y me fijo en que Carlos lo mira bastante enfadado.
—Que va... —respondo intentando parecer despierta —nos levantamos hace un rato.
—Perfecto, porque he hablado con Sergio.
Mi atención se dispara hacia Jorge enseguida, al igual que la de Carlos, todo el sueño que tenia hace unos segundos se ha disipado y en su lugar a aparecido un cosquilleo en mi estómago, estoy nerviosa.
—¿Que te ha dicho?
Jorge se toma unos segundos antes de contestar; con aire misterioso se sienta en la silla del escritorio y suspira.
—Dice que intentó convencer a sus amigos de que lo que estaban haciendo estaba mal y de que debían denunciar a Santiago y dejarse de tratos.
—Y ellos...¿le hicieron caso? —tengo demasiadas dudas en mi cabeza.
—Marcos si... dice que en cierta media parecía convencido; el problema es Beltrán... El es el jefe y se niega rotundamente a cooperar.
—Pero... ¿por que?
—Beltrán ha pasado por lo mismo que tu padre, Julia, Santiago estuvo a punto de matarlo, por lo que no tiene ningún escrúpulo en hacer lo mismo con su hijo.
Me quedo en silencio asimilando lo que ha dicho mi amigo, esto es un círculo vicioso creado por todos los problemas que ha llevado a cabo el padre de Carlos. Dirijo la mirada a este último, se ha sentado al lado mía y mira al suelo rendido, ya no hay más esperanzas, la única solución sería...
—Creo que se quien puede convencer a Beltrán —digo intentando soñar decidida.
Carlos alza la mirada y sorprendido.
—¿Quien?
Suspiro, esto va a ser arriesgado.
—Mi padre.

No confío en ti ||Julright||Donde viven las historias. Descúbrelo ahora