CAPÍTULO 25.

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Dylan Grimes siempre fue un niño obediente, no le gustaba hacer berrinches por cualquier cosa ni mucho menos causar escándalos que causaran que su madre le amenzara con su chancla. Le gustaba ser un buen niño y comportarse bien. Dylan se había vuelto obligado a vivir en un mundo donde no podía tener una infancia normal, donde tenía que correr de un lado a otro porque los muertos buscaban alimento, donde habían días que su estómago gritaba por el hambre... pero allí estaba su gran heroína, su madre. Alexa le brindaba hasta el alimento que a ella le tocaba con tal de que su pequeño creciera correctamente. Dylan sabia algunas cosas de la vida, había investigado con algunos niños de la prisión y su mente era capaz de identificar cosas que el resto de personitas de su edad no eran capaz. Por lo que en cuanto vio el miedo en los ojos de su progenitora supo que nada iba bien, que debía mantenerse a su lado por si la prisión fuera destruida. Así que en cuanto le ordenaron que no se moviera del autobús, se sentó en el asiento final y clavó sus ojos azulados en las puntas de sus zapatos nuevos y trató de coger aire. Ni siquiera fue capaz de responder a los gritos de Alissa al buscarle, pues había bastante gente dentro de bus. Por lo que Alissa asumió que el pequeño había salido del autobús en busca de su madre.

Un par de minutos después recobró el sentido y su cuerpo se balanceó un poco al poner el vehículo en marcha. El pánico se apoderó de él, no podían irse sin su mamá. Se puso de pie y azomó la cabeza por la ventana, gritando a todo pulmón a sus padres. Nadie prestaba atención al lamento del pequeño, cada quién estaba sumergido en su propio miedo que no eran capaces de calmar su llanto. Dylan pataleó una y otra vez, pidiendo que detenieran el autobús.

—¡Mami!—chilló, mientras sentía como su corazón se desgarraba a medida que veía como se alejaba de la prisión.

Aquella cárcel no era su hogar, no le importaba verla destruida. Pero ahí se quedaba su hogar; sus padres, Carl, Alissa y Mateo.

Dylan volvió a sentarse y entrelazó sus pequeñas manos, tratando de estar tranquilo consigo mismo. Necesitaba pensar con claridad e idear un plan para bajar del autobús sin salir lastimado. No podía irse sin su familia, nadie tenía derecho a hacerle eso.

Sabia que era un gran disparate pero no lo pensó dos veces cuando sacó el arma que Alissa le había prestado en caso de emergencia. Dejó de ser el niño dulce de mamá y su rostro era la viva imagen del demonio. Sus ojos azules lucían vacíos y en cuanto comenzó a disparar hacia el techo, trató de ignorar los gritos de la gente. Había logrado que el arma no rebotara contra su rostro al disparar, le agradecía profundamente la ayuda de Carol.

—He pedido amablemente que me dejaran bajar—gritó Dylan, apuntando a todos los presentes que se agachaban por los disparos—así que he tenido que hacerlo por las malas.

Un hombre enfureció y se encaró al pequeño, este no se intimidó y dejó que tiraran de su brazo por el pasillo sin prestar atención al dolor por la fuerte presión. El autobús paró y las puertas se abrieron. Un par de mujeres suplicaban que no lo dejaran tirado en medio de la nada, algunos decían que era lo suficiente capaz de sobrevivir si sabía controlar una pistola. Pero nadie miró atrás, donde dejaban a un niño sin protección.

Dylan tembló de repente y se echó a llorar. Él no quería lastimar a nadie, pero le obligaron a hacerlo. Sin dejar de llorar se echó andar de vuelta a la prisión. Debía encontrar a su hogar.

La otra familia: vuelve a mí. [Rick Grimes]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora