Setenta y ocho

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Se encontraban en la pequeña laguna, que estaba a una nada de ser estanque. De quebrarse.
Como ellos.

Freddy le había pedido a Fred ver sus alas, y éste había accedido, las había extendido. Eran negras y grandes, llenas de escamas.

Hermosas.

Freddy las había acariciado tanto, y tan bien que hacían arquear al azabache.

Jamás había sentido un placer como el de que Freddy tocara sus alas.
Y nunca lo sentiría de nuevo.

Sin mis alas (Freddedy)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora