Siete

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— Con qué el niño regresó.

— Él ya se fue, Gam.

— Lo sé, Fred. ¿Vas a ir a trabajar?

— Sí.

— Pues vamos.

El azabache se levantó, alejándose del estanque.
Llego a una casa muy grande donde una mujer vestida de sirvienta abrió la puerta: — ¿En qué puedo ayudarle?

— Vengo a ver al señor de la casa.

La mujer se dio cuanta del dolor de sus ojos e inmediatamente intentó cerrar la puerta.
No lo logró.
Con una mano Fred sostenía la puerta, sin hacer el mínimo esfuerzo. Con la otro tomo el cuello de aquella mujer que pronto ya estaba arrodillada suplicando por su vida.

Sus ojos perdieron color y una especie de esfera negra salio de ella (la mujer), flotando en el aire, Fred la atrapo.

— Ésta mujer era una sucia. — dijo Fred tomando la esfera y comiéndola —, Ugh, asco.

— Ya lo creo. — respondió Gam —.

Subieron al cuarto donde se encontraba el hombre. Al abrir la puerta había un joven sentado en la orilla de la cama y el anciano recostado: — ¿Quién es usted? —, preguntó.

Fred paseo por la habitación sin hablar, observo todo y tocaba algunas cosas que le causaban intriga, como un jarrón que parecía hecho de piedra: — ¿Dejó herencia, señor?

El hombre abrió los ojos muy grande al ver el color en los de Fred. No podía caminar, sí pudiera hubiera huido como el muchacho que estaba en la orilla de la cama.

— Parece que nadie lo va a cuidar ahora. — hablo Fred mientras colocaba la palma de su mano en el pecho del hombre —.

— Por favor... — fue lo último que pudo decir antes de que una esfera negra que babeaba saliera de él —.

— Está alma es peor que la de la chica de la entrada. — Se quejo Gam — Ew. 

Fred la vio con asco y se la trago.

Sin mis alas (Freddedy)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora