Ochenta y tres

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Fred despertó de un brinco, se alejó de Freddy quien despertó casi al instante también.

El azabache estaba todo sudoroso, a pesar del frío que hacía ya. Estaba entrando en pánico y gritaba; — ¡NO, BASTA, MIS ALAS!. — mientras se abrazaba.

Freddy lo miraba con miedo, miedo de no saber que le pasaba y no poder ayudar; — ¡Fred, tranquilo, mira me, hey! Muestra me tus alas y las revisaré, verás que van a estar bien.

— ¡No puedo Freddy!

Ese comentario le hirió, ¿cómo era posible que estando tan asustado no pudiera confiar en él? Era una pregunta que se hacia Freddy.

Fred se abrazaba a sí mismo, sus delgados y larguiruchos brazos alcanzaban a sobar entre los omóplatos y la columna, justo donde debían crecer las alas.

— Fred, si no puedes confiar en mi...

— ¡No Freddy! — gritó el azabache ahora con lágrimas corriendo por sus mejillas —, ¡Es que en serio no puedo, no tengo!

Eso desconcertó a Freddy. ¿No tenía? ¿A qué se refería?

— Fred, no entiendo.

Freddy se acercó a Fred y lo abrazó, éste se calmó casi al instante, las lágrimas se detuvieron y el dolor que había quedado del sueño desapareció; — ¿Mejor?

Fred asintió, jadeando aún.

— Te mostraré.

Fred se separó, y dejó crecer sus inexistentes alas, solo un pequeño tronco de donde debía expandirse una capa de escamas.
Parecía una vieja bandera pirata, desgarrada, negra completamente y con la muerte encima.

— Oh Fred. — exclamó Freddy abrazando de nuevo al azabache, quien no se movió hasta corresponder al abrazo del contrario —, Llora. Te hará sentir mejor.

Y Fred lloró.
Lloró todo lo que jamás pudo derramar en lágrimas, todo lo que nunca pudo decir, lo lloró.

Sin mis alas (Freddedy)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora