Capítulo 1 De Vuelta Al Juego

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Cada persona es un mundo diferente, un universo distinto a los demás, cada quien es libre de sobrellevar su infierno como mejor lo sepa hacer. Todos teníamos nuestro intenso y privado apocalipsis, estaba ahí en lo más profundo amenazando con salir, me sentía mal, quería llorar y me sentía realmente sola, sola sin nadie quien me escuchará, lo odie, odie ver a mis hermanos acabados, llorando una tumba que no era la mía, poniéndole mi nombre a alguien sin identidad. Mire hacia la nada, mientras veía correr los árboles a gran velocidad, íbamos en el auto nos dirigimos a la casa de los Cranwel, un escalofrío me recorrió el cuerpo imaginándome a Macristen quien sabe dónde, curándose sus heridas para dar su estocada final, eso me frustraba, la eliminaría yo estaba de vuelta al juego y lo mejor, todo lo podría manejar desde las sombras, no me gustaba la idea de tener que fingir mi muerte pero era la opción más viable en éste instante. Derek, aparcó el auto al frente de la puerta, bajo del vehículo y camino hasta mi puerta para abrirla y ayudarme a bajar, las heridas aún estaban frescas y de verdad que dolían como el infierno mismo. Las sombras de Derek tenía algo muy especial, al entrar en tu cuerpo te quita la inmortalidad, te vuelve completamente mundano a tal punto que te mata de dolor y agonía, por eso y otras cosas más era un don codiciado por muchos y temido por otros más, sólo un vampiro en toda la historia tuvo la habilidad que ahora Derek poseía y por ende le apodaron el príncipe de la oscuridad. Entramos a la casa y saliendo de la cocina nos encontramos a Margared que caminaba hacia nosotros, le sonreí sin ganas.

-Por sin llegan, estaba preocupada- hablo mirándonos- ¿Nadie los vió?- preguntó.

-Parece que no- contesto Derek- Anais debe descansar ha sido un viaje largo y sus heridas pueden abrirse- Desearía haber dicho lo contrario, protestar en contra de descansar con esa psicópata merodeando. Pero, lo cierto era que me sentía realmente agotada, tenía que hacerlo para recuperar fuerzas suficientes para empezar a caminar entre las sombras.

-Concuerdo contigo- agrego ella- !Rose por favor ven aquí!- exclamó Margared, en unos cuantos segundos la señora que había visto en la mañana, salía de uno de los pasillos y se dirigía a nosotros. Por un momento me pregunte si ella sabía quienes en verdad eran los Cranwell.

-Ana, Rose se encargará de lo que tenga que ver contigo, yo debo encargarme de algunos asuntos, subo en una media hora para estar contigo- asentí, él tomó mi barbilla y acerco sus labios hasta besarme, este beso fue lleno de dulzura, suave, lento, cerré lo ojos permitiéndome disfrutar del momento, se separó de mi y yo abrí mis párpados encontrándome con unos ojos esmeralda mirándome fijamente- Descansa- Susurro, me sonroje un poco al darme cuenta que Margared y Rose aún estaba allí, no quería causar problemas.

-Vamos, señorita Braus, le ayudaré a subir- habló Rose, hizo que pusiera mi brazo por encima de sus hombros y me ayudó a subir escalón por escalón hasta llegar a la habitación.

Mi cabeza me dolía y sentía que en cualquier momento me estallaría, tenía tanto sentimientos encontrados, me sentía frustrada, no concebía que ella aún estuviera viva, que al igual que yo se estuviera curando y que estuviera lista para empezar una guerra, eso era lo que quería, iniciar una guerra que nos perjudicada a todos. El mundo mortal no existiría sin el inmortal, era una balanza que siempre debía estar nivelada, Mecristen, la estaba inclinando cada vez más en nuestra contra, quebrantando los tratados, las reglas, asesinando mundanos y experimentando con nuestra sangre, con nuestro mundo. Rose, me ayudó a sentar en la cama la cual estaba perfectamente bien tendida, me dió un punzada en el estómago e hice una mueca de dolor, tenía muchas preguntas y la gran mayoría aún sin respuesta, pero lo que más me intrigaba el Rose, jamás la había visto con los Cranwell y era un poco mayor como para ser una vampira así que supuse desde que la vi que era mundana. Me sonrió mientras iba al armario y abría sus cajones para sacar un pequeño cobertor que estaba doblado allí, lo desdobló y lo puso en la cama. Fruncí el ceño al sentir más dolor en mi abdomen del que en este momento podía soportar, trague saliva pesadamente y cerré mis ojos tratando de calmarme, me alcé la blusa que traía puesta y Vi las vendas manchadas de abundantes sangre.

Encuentros #3Donde viven las historias. Descúbrelo ahora