Capítulo 5 Samirah

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Caminaba por un bosque, estaba descalza y el frío taladraba mis huesos. No era ese típico bosque que soñaba cuando estaba en el mundo onírico, era otro, todo era gris y los árboles estaban marchitos y sin hojas. Habían voces, muchas, todas gritaban en mis oídos y casi no podía identificar que decían, era susurros, no, era gritos. Ni siquiera podía identificar que eran, no había luna, ni luz, todo era oscuridad. Tenía miedo, mucho, no podía saber donde estaba y no podía dejar de temblar. Sentí un vértigo en mi estómago, uno que por poco me hizo vomitar, caí arrodillada y tuve que sostenerme la cabeza por qué sentía que en cualquier momento iba a estallar. Grité, grité tratando de soltar todo lo que ahora me rodeaban, era muchas emociones y las voces me iban a volver loca, estaba llorando, gritando, gimiendo. Mi respiración estaba acelerada y todo me daba vueltas, cerré los ojos apretando los párpados, deseaban que todo se detuviera, quería salir de este mundo. "Controlalo" una voz resonó en mi cabeza "concéntrate" calme el agitar palpitante de mi corazón y regule mi respiración "No te dejes agobiar" las voces poco a poco fueron desapareciendo, pero el mareo y el dolor de cabeza seguía. Seguía llorando arrodillada y cubriéndome el el rostro con mis brazos, sentía miedo. Abrí los ojos y me encontré en otro bosque, diferente al anterior, éste está lleno de nieve, los copos se dejaba arrastrar por el viento y llegaban a mi cuerpo. Me puse de pie, tambaleando, sentía el frío en mis pies y en mi cuerpo. Más adelante a unos cinco metros un arbusto cubierto por rosas, rosas las cuales, no habían muerto aún y caminando junto a ellas estaba esa mujer, esa maldita mujer que no sabía quién era y que invadía mis sueños cuando se le antoja.

-Nunca debes dejar que las pesadillas te consuman, puedes quedar atrapada en el mundo onírico si te dejas llevar- habló mientras acariciaba los pétalos de una rosa.

-¿quién eres?- pregunté, aún seguía desorientada por la pesadilla- Y no me digas que ya lo sé, por qué estoy harta de escuchar esa respuesta- le dije

-Pequeña Anaís. Eres el orgullo de tu madre y la mía. Quien diría que esa pequeña bebe se convertirías en tan poderosa cazadora. Hasta ahora no a existido demonio o bruja capaz contra ti.

- ¿Quien eres? ¿Porque nombras a mi madre como si la conocieras?- pregunté- Dímelo todo, por favor- suplique.

- ¿Crees que tú madre desapareció por completo? No es así. Ella sigue a tu lado desde lo más alto posible. Nosotras somos poseedora de unas habilidades única y la magia negra no podrá hacernos nada- estiró su brazo y abrió la palma de su mano- ¿Quién soy? Averígualo tú misma.

-Pero ya estamos a dentro de tú cabeza- resalte, ella negó.

-Estamos en tú cabeza, es diferente- di dos pasos adelante, tomé su mano helada y me paso un corrientazo de electricidad en el cuerpo, sentí un vértigo horrible en el estómago, mis ojos se pusieron en blanco.

Estábamos en una especie de habitación, la mujer estaba sentada en una cama frente a mí, mimaba a alguien acostado en la cama. Me acerque a ella, era una niña, más o menos cinco o seis años de edad, sus cabellos negros hasta sus hombros, sus ojos permanecía cerrados, estaba dormida. El increíble parecido de ella con mi madre era grande, por un momento creí que era ella, pero esa idea se fue por la borda cuando ví sus ojos. La diferencia entre ella y mi madre era sus ojos, la fantasma los tenía azules, mi madre negros como la noche misma. Ella arrullaba a la niña y le cantaba en voz baja. Tocaron la puerta, ella con dificultad se levantó aún con la pequeña en sus brazos y camino hasta ella, la abrió y entro una mujer afroamericana, su cabello caía en hondas perfectas por su espalda. Tenía unos jeans negros y una blusa holgada color blanca, una gabandina cubría sus hombros y llegaba hasta más abajo de sus rodillas. Afuera llovía, así que la mujer traía un paraguas. Me recorrió un escalofrío cuando la mujer afroamericana paso atravesando mi cuerpo, por un momento contuve la respiración. La fantasma no tenía esa horrible cicatriz en el brazo, tampoco se veía tan blanca como aparecía en mis sueños. Estaba en su cabeza, en uno de sus recuerdos, entonces lo recordé. Un día, mientras me visitaba en los sueños ella me dijo que nunca había estado muerta, y sí podía entrar en su cabeza, es por que era cierto. Pero... ¿Quién era? ¿Por qué me visitaba, por qué me ayudaba? Un horrible dolor de cabeza empezó a invadirme, le sentía mareada.

Encuentros #3Donde viven las historias. Descúbrelo ahora