Capítulo 49 La Reina de Reyes

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-¡Ríndete, Macristen!- Exclamé- Ella se detuvo en seco y se giró para mirarme- Estas acabada, todo termino- Le dije.

-No me rendiré sino hasta que alguna de las dos caiga. Dime Ana, querida. ¿Por qué el cambio tan repentino de actitud?- Preguntó- Te has enfrentado a mí tres veces, tres veces dispuesta a morir. Ahora no, ahora veo algo diferente en tus ojos, ya no tienes miedo, ahora quieres vivir.

-Tú poder sobre mí radica en el miedo, si yo no tengo miedo, tú ya no tienes poder sobre mí. Ya no te tengo miedo Macristen- Contesté. Saqué mi látigo y lo puse en forma sólida, ella sacó la espada de nuevo y me amenazó con ella. Estábamos al lado de río y podía escuchar el ruido del agua correr.

Acero con acero chocó. Trato de erirme en la pierna pero fui más rápida que ella y detuve su impacto, me dio una patada lateral dándome justo en el brazo, haciéndome caer al suelo. Se acercó a mí pero le dí una patada en el abdomen lanzandola lejos y me puse de pie rápidamente. Ella había caído en la orilla del río así que su cuerpo estaba un poco mojado. Yo saqué el martillo de mi madre y al verlo se quedó observándolo por un momento, sonrío pícaramente, se vino hacia mí con todas sus fuerzas y odio y me atacó, fue tan fuerte en ese momento que me lastimó dándome con el mango de la espada en la frente. Con mi pie la hice caer, enrolle mis piernas en su cuerpo y con una llave la sometí inmovilizadola. Forcejeo conmigo un rato, hasta que en un movimiento sucio me mordió la muñeca haciéndome soltarla, se subió encima de mí y me propinó un puñetazo en el rostro, use su peso contra sí misma y rodé de tal forma que yo quedé está vez encima de ella, le devolví la bofetada. Ambas rodamos hasta quedar en la orilla del río con los pies sumergidos bajo el agua, le di una patada frontal, ella me tomó la pierna y me dio un codazo en la rodilla, grité de dolor, me hizo soltar un gemido, al apoyar de nuevo la pierna me desestabilice un poco. Las armas habían quedado en otro lugar, le lancé una bola de pantano, para que así, me diera un poco de tiempo para correr al lugar desde donde nos habíamos rodado, para poder tomar de nuevo el arma. Ella vino detrás de mí me tomo de la pierna y me hizo caer de nuevo, se puso encima de mí movilizandome los brazos debajo de sus rodillas y empezó a estrangularme. Me removí en el suelo mientras intentaba quitar su agarre, pude sacar uno de mis brazos, lo estire, tomé una piedra cerca y le di un golpe en la frente. Ella, se cayó hacia un lado, rápidamente me puse pie. Macristen estaba mareada porque no se podía levantar, aproche ese instante de debilidad y le di una patada en el abdomen, después otra, y otra. Lo hacía porque estaba sintiendo tanta rabia, me estaba acordando de todo lo que había hecho, de las muertes que había causado, del sufrimiento que nos había provocado a mis hermanos, a mí, cada mentira, cada traición, de cada cosa que había usado para construir su macabro plan, su telaraña de perversidades, de engaños. Ella solo dejaba muerte a su paso, era como una plaga. En un momento en el que me dejé llevar, vi su debilidad, su vulnerabilidad, su poca autoestima, su mirada perdida. Incluso, podría llegar a decir arrepentimiento, la vi mal, herida, la nariz le sangraba, tenía la boca hinchada y un ojo morado. Sus párpados permanecían cerrados, llegué a pensar que había perdido la conciencia. Me detuve un segundo a mirarla, en ese momento, en un abrir y cerrar de ojos, me pegó una patada en el rostro, con una fuerza descomunal se levantó rápidamente, me dio otro golpe esta vez el abdomen y mi primer instinto fue protegerme en esa área. Mantuve la guardia alta, ella tomó mi brazo y me lo puso en la espalda, sometiéndome con una llave, me dio un rodillazo en las piernas, de tal forma quede arrodilla, me apretó el cuello con su brazo. Acercó sus labios a mi oreja, de tal forma que podía escuchar su respiración. Sentía como el golpe en la frente me sangraba, me dolían algunas costillas, tenía un fuerte dolor en el abdomen y todo me daba vueltas, estaba realmente cansada y si seguía de esta manera terminaría perdiendo y no podía arriesgarme a eso, no podía arriesgarme a perder esta batalla por tercera vez. Ambas respirabamos con dificultad.

Encuentros #3Donde viven las historias. Descúbrelo ahora