Capítulo 38: Efecto mariposa

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El efecto mariposa nos dice que «El aleteo de las alas de una mariposa se puede sentir al otro lado del mundo», un viejo proverbio chino.
Éste término se encuentra vinculado a la teoría del caos, y que en palabras simples, se explica en que una pequeña perturbación inicial pueden provocar una consecuencia catastrófica.

Kheaden, más recuperado, encuentra a Mal mirando el amanecer a las afueras de la aldea, sus brazos cruzados y, para sorpresa del chico, no se encuentra temblando ligeramente por el clima particularmemte frío de ese día.

—Papá dice que sufres— comenta él, poniéndose a la par—. Más que eso, en realidad.

No hay una respuesta.

—Déjala en paz, idiota— masculla Jay cuando pasa por ahí, empujándolo con el hombro.

Kheaden cuenta hasta diez. Odiaba a los amigos de Mal. Incluso al torpe chico peliblanco con tendencias sensibles que llora por la mini-hada.

—¿Vendrás a la junta?

Se ha convocado a una reunión entre todos los sobrevivientes y refugiados en Ealdor.

Merlín es bueno movilizando masas, inspirando a las personas. El hecho de tener a la reina de Camelot y a Mulan de su lado ayuda mucho, aunque se necesitará toda la fuerza de convencimiento para que recuperen la fe y el sentido de pelear.

—¿Mal?

Kheaden toca brevemente su brazo para llamar su atención, quemándose cuando sus pieles hacen contacto. Retrocede de inmediato. Lleva los dedos lastimados a su boca para mitigar el dolor de la quemadura.

—¡Estás que ardes!— exclama—. Y no de la buena manera. Así estás siempre...— se distrae en su cavilaciones recorriendo a Mal con la mirada.

Sacude la cabeza. Analiza el brazo de Mal, de un tono rojizo, y luego nota las ondas de calor que desprende. Por eso no tenía frío. Es un horno andante.

—¡Pero, oye, en realidad me quemaste!

Mal parece reaccionar. Estira y contrae los dedos de sus manos, buscando con la mirada a sus amigos.

—¿Alguna vez has a amado, Kheaden?— susurra la pregunta ella, sus ojos verdes volviéndose de un color más intenso.

—Amo a mi padre— se sincera, dando vueltas alrededor de la chica—. Amo a mi madre también, aunque sea una completa... bruja.

—Cuando Merlín murió, ¿qué sentiste?

—¿Honestamente?— Kheaden se detiene frente a Mal y se inclina un poco, con ojos entrecerrados—. Es difícil de explicar. No lo conocía lo suficiente. Y el hecho de que me arrebataran la oportunidad de conocerlo, lo volvió devastador. 

—¿Y cuándo... y cuándo pierdes a una persona a la que amas con cada fibra de tu ser?— Kheaden nota que sus ojos vuelven a tener ese tono verdoso de siempre—. ¿Y si no pudiste despedirte, ni decir un último te quiero...? ¿Y si sientes que tu mundo se derrumba, que no puedes respirar...?

Cuando tantas emociones te invaden, no luchas para tratar de mostrarte fuerte. Eso le sucede a la hija de Maléfica. No quiere fingir que está bien. No puede hacerlo.

Él, preocupado, sin importarle el riesgo de volverse a quemar, lleva sus manos a su rostro, y acuna su barbilla con mucho cuidado.

Su temperatura corporal ha descendido. Por fortuna, Kheaden no se quemó, y eso le dio el ánimo de limpiar una escurridiza lágrima de su mejilla. Le sonríe.

—Al menos tienes el consuelo de su recuerdo. Al menos pudiste amarlo cuando se pudo. Y aunque ya no esté, quedará en ti hacer que viva por siempre en tu memoria. En tu corazón.

C H A O S ¦ Descendientes Donde viven las historias. Descúbrelo ahora