Capítulo 46: ¿Este es el fin?

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Su amor fue prohibido desde el inicio. Ardiente sacrificio el estar separados por sus ideales desiguales. Tan ardiente que terminó por envolverlos en llamas llenas de desesperación y deseo. Sin importar nada, ambos se entregaron sin restricciones en más de una ocasión.

Ella, experta manipuladora y de belleza sublime. Él, ingenuo, fiel creyente de la existencia del amor verdadero.

Morgana lo perdió cuando decidió seguir sus ideales egoístas y llenos de odio. Él la dejó ir cuando comprendió que ni todo el amor que pudiera brindarle la harían cambiar. Lo peor de todo, sin duda, es que Merlín la amó precisamente por todo aquello que le jugó en contra.

Tan diferentes... y, sin embargo, estando juntos, encajaban mejor que las piezas de cualquier puzzle existente.

Y, ahora que sus miradas azules se encuentran una vez más, hay un resquicio de aquel hermosamente devastador amor. Morgana sacude la cabeza. Ya no piensa caer.

—Arriba, hijo mío. Levanta esa espada y enfrenta al único obstáculo faltante para que nuestro legado sea un éxito completo— ordena Morgana. Se refiere a Amr.

Kheaden obedece de inmediato. Desenfunda su espada, alzandola contra el juven rubio que miraba a Merlín a la espera de instrucciones. Su espada está en alto, sí, pero no peleará contra su primo. No ahora pues no tiene nada contra él. Su objetivo es la mujer sentada en el trono que le perteneció a su padre fallecido.

—Morgana, es suficiente. ¿Cuánto odio tienes que seguir sembrando en las personas para que estés satisfecha? Deja tu egoísmo de lado de una vez por todas.

—¿Egoísmo? ¡No soy egoísta! Lucho para que la gente como tú y como yo puedan practicar magia sin repercusiones. Primero Uther. Luego Adam y esa estúpida barrera. ¡Fue suficiente! ¡Es nuestra naturaleza!

—¡Tú solo quieres tu estúpido trono, no mientas!

Morgana abre la boca pero vuelve a cerrarla, sus ojos brillan, más no ataca.

—No lucharé contigo otra vez.
Se me caería la corona y no quiero eso. Que nuestro hijo defina el futuro de Camelot y de todo Auradon.

Con un gesto de suficiencia, indica a Kheaden atacar. El pelinegro presiona fuertemente la mandíbula y las manos sobre el mango de su espada. Su rostro, aunque es inexpresivo, transmite todo lo que siente a través de sus ojos. Está sufriendo.

—Perdón, padre— mira a Merlín—. Perdón, Amr.

Toma un profundo respiro y se abalanza contra el rubio en cuestión de segundos.

(...)

Mientras tanto, del otro lado del gigantesco castillo, Mal se abraza a Evie con mucha fuerza. La peliazul corresponde a su abrazo, sonriendo, acariciando su cabello morado con delicadeza.

—Estás bien. Estás viva— murmura Mal.

—Sí, M— Evie se separa para mirarla a los ojos. Una de sus manos acaricia la mejilla húmeda de Mal, suave, con cariño, mientras inclina hacia un lado la cabeza—. Y no gracias a mis mejores amigos.

Un escalofrío recorre a la hija de la emperatriz del mal cuando aquellas palabras abandonan los labios carmesí de Evie.

—No te asustes— tranquiliza al ver su reacción—. Morgana me pidió que me encargara de ti, pero no lo haré.

—¿Por qué estás con esa mujer?

Mal se deshace del abrazo que aún las unía, limpiándose las lágrimas, pensando en que quizás tendría que usar magia contra Evie como cuando la rescataron.

C H A O S ¦ Descendientes Donde viven las historias. Descúbrelo ahora