Capítulo 40: El Cuerno de Cathbhadh

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Kheaden, al amanecer, ya no estaba. No se despidió de Mal. No quiso verla una vez más.

Los planes del ataque se habían retrasado una semana. Por el bien de todos, esperar era mejor que precipitarse y morir.

La ausencia de Evie conmocionó a sus mejores amigos, quienes tristes y dolidos, se negaban a creer que nuevamente los hubiera abandonado. Luego de todo lo que pasó. Luego que Evie pareciera haber reconsiderado todo cuando mostró apoyo a Mal. Pero no. Ya quedó claro que no.

Y sobre Jane, Lonnie tuvo que decirles sus planes sobre ir a la búsqueda de Doug, siendo Carlos el primero en ofrecerse para ir a buscarla. No se lo permitieron. En ese momento no era la prioridad. Lo sabía. Y, con todo el dolor de su corazón, el peliblanco debió aceptarlo. O eso creyeron.

Se juro a sí mismo buscarla apenas tuviera la oportunidad, sin decirle a nadie, por supuesto.

—Controla tu magia— indica Merlín a Mal—. La necesitamos. Concéntrate, por favor.

Mal niega, demasiadas cosas en su cabeza haciéndole difícil cumplir esa petición.

—No puedo.

—¿Es por la muerte de él? — deduce el hechizero. Mal asiente un poco—. Créeme que te entiendo. Yo perdí a mi primer amor también. Su nombre era Freya. Me costó mucho dejarla ir.

Mal mira las palmas de sus manos, tratando de invocar al menos un rastro de su magia. Evie, Ben, todo era demasiado doloroso. Se rinde, dejando escapar el aire con frustración.

—¿Cómo sabes que él realmente murió?

—Evie me lo dijo— murmura pensativa.

—¿Y cómo lo supo ella?

Mal frunce el entrecejo, pensativa. Fue algo que jamás preguntó, y ahora que él lo menciona, realmente es importante. Mira a Merlín. Él sonríe, incómodo, encogiendose de hombros.

—¿Y si no lo está? No quiero darte esperanzas, Mal, pero... siempre hay una oportunidad.

—No puedo ir a la ciudad de Auradon. Y-yo...

—Lo sé. Pero, ¿y si te dijera que hay otro método?

Merlín le está dando esperanzas. Ella no quiere, porque sabe lo doloroso que sería caer de esa inestable nube en la que a fuerzas quería subirse. Dolería, y dolería mucho. Sin embargo, nada perdía ya.

—Si está muerto, podrás despedirte.

Eso es suficiente para que Mal acceda. Asiente nuevamente en su dirección, más confiada y segura, logrando que Merlín reconociera la valentía en sus orbes verdes brillar con intensidad.

—Vuelvo ahora— promete Merlín yendo a su casa.

Mal se queda ahí, jugueteando con los dedos de sus manos, mirando el anillo de Ben en su dedo. Había vuelto a ponérselo hace poco. Sacude la cabeza cuando nuevamente una oleada de dolor la atraviesa.

—¿Mal?— Lonnie, que había escuchado todo, se acerca cautelosa—. ¿Crees que podrías convencer al hechizero de que me deje a mí usar lo que sea que te haga ver a Ben a mí también?

Mal echa un vistazo a la expresión triste de la joven guerrera. Limpia su mejilla y busca a Jay, pero no está. Cosa rara porque su amigo rara vez dejaba a Lonnie sola.

—¿Perdiste a alguien tú también, Lonnie?

—Sí— contesta cortamente. Mal hace una mueca, accediendo.

Merlín aparece poco tiempo después. Lleva un Cuerno en sus manos. Un Cuerno antiguo, ornamentado con accesorios viejos y desgastados. Mal lo asemeja a un cuerno de vikingo, pero no puede estar segura de qué sea eso.

C H A O S ¦ Descendientes Donde viven las historias. Descúbrelo ahora