Cuatro años después

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No fueron sus lengüetazos ni su cálido aliento contra su rostro la que la despertaron esa mañana como ocurría en el pasado. Sólo fue su aullido a la lejanía, sonando atronadoramente entre las copas de los pinos. Llamándola.

Y como tenía acostumbrado a hacer cada mañana que se despertaba con su aullido, se mantuvo recostada de espaldas sobre su cama, contempló el tejado y derramó lágrimas silenciosas.
Todo aquello sólo le traían amargos recuerdos de su infancia, cuando se veía con Fenrir a escondidas. Pero ahora no podía verlo en absoluto. Estaba advertida. Si él volvía a ella, no dudarían en matarlo.

Como ya no podía alimentar a su lobo con comida de la mesa, Fenrir eligió salir a cazar por su cuenta. Todo iba bien, él volvía y todos lo miraban como lo habían hecho las personas de Kattegat. Hasta que un día, esa decisión cambió.

Fenrir volvía del bosque y una flecha había impactado contra un lado de sus costillas. Por más que haya sido un roce, lo había dejado mal herido. Gyda no olvidaba el haberle gritado que corriera lejos, que se largara. Los hombres continuaron tirándole flechas como un deporte hasta que el lobo, casi sin poder caminar, se escondió en las penumbras del bosque. Y cada anochecer y amanecer, él aullaba.

Luego de unos minutos, la puerta se abrió y por un segundo su corazón se detuvo. Pero se trataba de su madre. Apenas le sonrió. Como todos los días, Gyda solo observaba y se mantenía callada. Desde que habían llegado a Hedeby, su brillo y su gracia habían estado apagándose como la vela en el transcurso de toda una noche.

—¿Por qué seguimos aquí?—murmuró mientras se sentaba.

Su larga cabellera había tomado un color canela y caía en una cascada de ondas hasta su estómago. Con sus quince años de edad, su rostro mantenía esa delicadeza infantil. Sin embargo, ahora solo era una joven muchacha con aspecto lúgubre.

—No hagas esa pregunta—le reprochó su madre en voz baja mientras cerraba la puerta—. Sabes la respuesta. Nos seguirá, será como un juego para él.
—Lo extraño —su voz se quebró.

Lagertha, quien lucía un hermoso vestido bordó y un gran abrigo de animal en sus hombros, se acercó a Gyda con tristeza y la abrazó para tranquilizarla.

—Todo saldrá bien. Todo cambiará, te lo prometo —le susurró.

Como todos los días, Gyda fue la sombra de su madre. Sin Fenrir a su lado, se sentía desprotegida y asustada todo el tiempo. Sin embargo, esta vez se quedó en el salón con su hermano Björn. El chico había crecido demasiado, su aspecto era más rudo y su mirada fría podía llegar a intimidarte. Al menos así era como lo veía. Los demás, especialmente con el nuevo espeso de su madre, el conde Sigvard, lo trataban como un niño. Y se burlaba de él constantemente frente a su gente.

Dentro del salón, Gyda contempló a todas las personas que ya se encontraban sentadas en las largas mesas. Junto a su hermano, se sentía mucho mas pequeña.
Jugó ansiosamente con la tela oscura de su vestido. Pero se detuvo, detuvo al ver aparecer a su madre, quien caminaba apresuradamente y con la vista enfocada en el suelo. Gyda supo que había estado con su esposo cuando notó la mirada extraña de su Lagertha. Su hermano se separó de ella para seguirla y Gyda no dudó en seguirlo también, sintiendo su espalda desprotegida.

—Madre, ¿por qué permites que te haga eso?—replicó Björn en un murmullo.

Los tres se detuvieran en un lugar apartado detrás de una viga. Gyda se puso entre los dos y miró un instante a cada lado, con temor de ver al conde Sigvard aparecer.

—¿De qué hablas?—le dijo ella.
—¡Tu esposo, el conde Sigvard, lo vi!—exclamó con furia.
—Björn, por favor.
—¿Por favor qué? ¿Te ha golpeado antes?—inquirió él.

Gyda Lothbrok: Madre del Gran Fenrir -Ubbe Ragnarsson-(editando)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora