La victoria de Mercia

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Escuchando los tambores a su alrededor, Gyda sumergió un dedo dentro del cuenco de sangre y lo guió hacia el cuerpo de la vaca bajo las atentas miradas, tanto de su pueblo como la gente del rey

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Escuchando los tambores a su alrededor, Gyda sumergió un dedo dentro del cuenco de sangre y lo guió hacia el cuerpo de la vaca bajo las atentas miradas, tanto de su pueblo como la gente del rey.

Pasó la sangre fresca sobre el animal, dibujando un gran símbolo de sus dioses sobre todo su cuerpo. Los tambores se detuvieron en cuanto Gyda se apartó y alzó sus ojos hacia la muchedumbre. Distinguió la mirada de Athelstan entre el rey y Judith, su expresión era la de cualquier otro vikingo.

Cuatro hombres se reunieron con cuencos en sus manos y se arrodillaron frente a la vaca, mientras que el ejecutor caminaba encapuchado con una gran hacha. Gyda se apartó en silencio, deteniéndose junto a Fenrir, quien miraba a la vaca con mucha atención. Tomó un puñado de su pelo para poder retenerlo si decidía saltar sobre el animal.

Ella alzó sus ojos cuando vió a su madre, vestida con una túnica blanca, aparecer de entre los arboles. Lagertha, con una mirada serena y poderosa, se detuvo sobre un pequeño montículo de frente a la multitud. Gyda la observó con orgullo.

—Frey, dios de la abundancia, resplandeciente Frey, te invocamos. Te ofrecemos este sacrificio. Frey, hijo de Njord, quien decide cuando el sol se alza o la lluvia cae, trae fertilidad a la tierra. Con la sangre de este sacrificio, nutre y fecunda a la madre Tierra. Con tu falo, llénale el vientre para hacer crecer la tierra. —hizo una pausa.—Ahora, es el momento.

El ejecutor asintió hacia su madre y sin más miramientos arremetió contra la vaca, llenando los cuencos del suelo con su sangre. Muchos victorearon, pero Gyda notó las miradas incrédulas del rey, sus señores, de Judith y sus soldados. Su desacuerdo era evidente en sus rostros.

Fenrir se removió y Gyda volteó sus ojos hacia la cabeza de la vaca cayendo fuera de su cuerpo. Los tambores sonaron de nuevo. Ella se había acostumbrado a la sangre, por lo que no fue una gran sorpresa cuando dos de los hombres derramaron los cuencos de sangre por los hombros de su madre. Lagertha sonrió y guió sus ojos hacia su hija.

Gyda le devolvió la sonrisa y tomó un cuenco vacío que le ofreció una mujer. Se acercó al barril gigante donde la sangre de la vaca abundaba y lo metió dentro para sacar un poco. Lo alejó de Fenrir y siguió a su madre y a los demás con sus respectivos cuencos. Gyda se detuvo frente a la tierra fértil, colocando el cuenco bajo su brazo y comenzó a tirar sangre a la tierra con su otra mano.

La única razón por la que había vuelto al castillo del rey, era por la necesidad de disfrutar de su ducha. Que no le agradara no quería decir que tenía que negarse a una exquisita bañera que el rey ofrecía. Sin embargo, hoy era un día especial.

Se envolvió la toalla a su cuerpo húmedo y caminó por el espacioso cuarto de invitados hacia el tocador. Sin que nadie pudiera verla, disfrutó de las cosas que la rodeaban. El gran espejo reflejaba su aspecto, nunca se había visto tan nítidamente frente a uno hasta ahora. Sobre la tallada madera oscura del escritorio, reposaba un cepillo con un hermoso adorno delicado.

Gyda Lothbrok: Madre del Gran Fenrir -Ubbe Ragnarsson-(editando)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora