Mal augurio.

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—Fenrir

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—Fenrir...

El lobo, enseñando sus filosos colmillos, la miró fijamente por un instante. El grito de Gyda se quedó estancado en su garganta  y su cuerpo se congeló cuando él saltó directamente hacia ella. Sintió una ráfaga de viento rozar su rostro en el momento en que Fenrir pasó por su lado. Gyda se volteó rápidamente hacia atrás y lo observó con horror. Fenrir había detenido el paso del oso plantándose frente a él con gesto imponente. Ambos animales gruñeron en advertencia, el sonido vibrando bajo sus pies. Sin embargo, ninguno de ellos decidió atacar. Fenrir se veía tan amenazador como su contrincante. Con una expresión incrédula, Gyda contempló al oso retirarse cuidadosamente, perdiéndose entre la maleza y por un largo momento, observó a Fenrir con fijeza.

—¿Fenrir?—llamó con voz ahogada.

El lobo volteó su cabeza, mirándola de reojo.

—Ven. Ven conmigo.

Él olfateó el suelo  y luego alzó su gran cabeza hacia ella. La mirada salvaje de Fenrir se apaciguó, examinándola con sus oscuros ojos. Gyda alzó su mano temblorosa en su dirección y con una sonrisa le hizo señas. No podía creer lo que veía, él estaba allí de pie frente a ella.

—Fenrir. Aquí estoy, ven conmigo. —llamó en suplica.

Decidió arrodillarse contra la tierra en una posición sumisa y agachó la cabeza mientras las primeras lagrimas bajaban por sus mejillas.

—Lo siento tanto. Vuelve conmigo.

Al levantar la cabeza, vió a Fenrir avanzar hacia ella, sus grandes patas uniéndose contra la tierra. Lo observó con cautela, notando a su vez el paso dudoso de Fenrir. Había sido tan dura con él en el momento de echarlo que tendría ese mal recuerdo el resto de su vida.

Manteniendo sus rodillas contra el suelo, Gyda extendió sus brazos y sonrió suavemente para trasmitirle calma. Su llanto estaba al límite, pero se negó a dejarlo salir hasta tenerlo entre sus brazos.

—Ven conmigo, Fenrir.

Su estomago se encontraba revuelto por la ansiedad, y tuvo que mantener la voz relajada para controlarse a ella misma. Temía dar un paso en falso y estropearlo todo.

Cuando lo tuvo a sólo centímetros, Gyda estiró una mano y Fenrir la olfateó. Fue entonces que comenzó a llorar silenciosamente cuando lamió sus nudillos lastimados. Fenrir pareció notar su angustia y como cuando era pequeña, se acercó a ella con un lengüetazo en la cara.

—¡Fenrir!—lo abrazó por el cuello y lloró desconsoladamente sobre su espeso pelaje. Una sensación que había añorado. Todo comenzó a encajar nuevamente. La soledad corrió lejos de ella mientras Gyda y su lobo se mantenían unidos.

—Perdón, perdón, perdón—repitió con frenesí, y al separarse, sostuvo los lados de su cabeza con una mirada penetrante:—Te amo, Fenrir. No volveré a dejarte.

Gyda Lothbrok: Madre del Gran Fenrir -Ubbe Ragnarsson-(editando)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora