Vuelve a mi

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Las escuderas de su madre la ayudaron a cambiarse el vendaje

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Las escuderas de su madre la ayudaron a cambiarse el vendaje. Mientras Gyda dejaba al descubierto su abdomen y una de ellas se centraba en la herida, las demás guerreras formaron un circulo a su alrededor para más privacidad.

—Gracias, Leta.—le agradeció Gyda una vez que dejó caer su prenda para ocultarse.

Todas ellas se despidieron cordialmente de la muchacha y se dispersaron por el campamento. A poca distancia, Björn se encontraba de brazos cruzados, parecía estar dispuesto a mirar fijamente al nuevo rehén hasta el regreso de sus padres. El rey Aelle, de pequeños fríos ojos y de mirada desagradable se posaron sobre en ella en el momento en que las escuderas se habían alejado. Gyda le frunció el ceño antes de que su hermano se interpusiera en su línea de visión. Era evidente que al rey no lo agradaba ni siquiera la lluvia que caía sobre él. El hombre era gordo, y lleno de arrogancia. Parecía que no había estado en una batalla durante un buen tiempo. Lo había visto fugazmente en el campo de batalla, a lo lejos sentado en su caballo. A Gyda no le pareció ver a un verdadero rey. Un rey luchaba junto a sus hombres, liderando la primera fila. Tal parecía que en Inglaterra era diferente.

Gyda le dió la espalda, estirando sus pies contra el césped y tocándose la herida que estaba cicatrizándose con mucha dificultad. No debió levantarse, pero debía verlo. Athelstan se había convertido en un amigo, y Gyda no tenía muchos. Las chicas de sus edad salían huyendo cuando veían a Fenrir, aunque él no hacia nada para aterrorizarlas.

Recordó entonces como había luchado en el campo de batalla. La ambición por ser una guerrera le habían hecho olvidar lo que era ser como las demás chicas de su edad. Pero la pregunta era, ¿alguna vez había sido como ellas? Gyda nunca tuvo una amiga con la que cuchichear y reír tontamente, ni tampoco se impresionaba mucho por los vestidos. Cada vez que jugaba con Fenrir, no le importaba ensuciarlos en la tierra. Ella caminaba con su gran lobo y pensaba en futuras batallas. Su pasatiempo, aparte de pasear con Fenrir, era entrenar con su familia. Y al pensar en todo eso, allí sentada en el suelo extranjero, sintió que se salteaba una parte de su vida.

Notó que lo único que le había satisfecho al venir a Inglaterra había sido el viaje en barco, el paisaje y el haber podido ver a Athelstan. No la guerra. No sintió nada por ella más que un momento traumático. ¿A cuantos había llegado a matar? Al tratar de recordar, no se reconoció a ella misma.

Lo único que deseaba era volver a su hogar con su familia y buscar a Fenrir. Lo necesitaba más que nunca.

Horas después, ya harta de mirar la tela que la cubría, se enderezó lentamente con sus codos y sonrió con alivio cuando vió a sus padres regresar. Al parecer las cosas con el rey de Wessex se habían aligerado. Su padre Ragnar caminó detrás de Lagertha cuando ella se acercó a Gyda.

—¿Qué pasó?—preguntó ella.
—Llegamos a un acuerdo.

Su madre se acuclilló frente a Gyda y le contó al respecto. Parte de las tierras  del rey habían sido ofrecidas con una considerable suma de oro. No habría otra batalla y su tío Rollo ya se encontraba en el campamento. Su condición era peor que la de ella y deseó ir a verlo, pero apenas se pudo levantar cuando tuvieron que cambiarle el vendaje por tercera vez. Antes de su viaje de regreso a Kattegat, su madre rodeó su abdomen con una tela y cuando se alejó a la par que sus escuderas, Gyda se topó con la mirada de Athelstan. Ella lo miró con sorpresa. Él estaba en el campamento y ya no vestía como un cristiano.

Gyda hizo ademan de ir hacia él pero el brazo de su madre la detuvo.

—No corras.—le dijo en voz baja.

Gyda le sonrió a Athelstan con ligereza mientras éste comenzaba a caminar en su dirección. A su lado, Lagertha se apartó para darles privacidad, ayudando a los demás a empacar el resto de las cosas.

—¿Vendrás con nosotros?—inquirió ella con entusiasmo.
—Así es.
—Mi padre te convenció, ¿no es así?
Athelstan le sonrió al suelo.
—Algo parecido, si.
—Me alegra mucho saber que haz elegido venir con nosotros.
—Tengo mejores motivos para volver.

El viaje de regreso fue duro, Gyda trataba de sostenerse de cualquier cosa para no hacer movimientos bruscos. Pareció una eternidad cuando llegaron y vió a Athelstan frente a ella contemplando hacia adelante con una sonrisa entusiasta. Gyda quería ver, pero el viaje la había hecho doler cada músculo de su cuerpo por el esfuerzo de permanecer quieta. No podía ver más que cielo y nubes hasta que su madre la ayudó a ponerse de pie una vez se detuvieron en el puerto. Athelstan bajó de un salto y tendió su mano hacia Gyda.

—Bienvenido de nuevo.—le dijo ella, soltando su mano con un cosquilleo extraño.

Gyda respiró el aire fresco y miró entre las personas con ansiedad. Del otro lado, en el barco de su padre, bajaban a su tío moribundo en una camilla. Notó a Siggy correr hacia él con preocupación.

—Tengo que buscarlo.—habló de repente, pasando entre su madre y Athelstan.
—¡Gyda, tienes que reposar!
—¡Tengo que encontrarlo!—replicó sin detener su paso apresurado.

A pesar de su alegría por Kattegat, pasó por alto todo lo que se interponía a su alrededor, dejando a su familia atrás. Había olvidado su espada y su escudo. Ni siquiera reparó en el dolor de su herida, como si ésta se hubiera adormecido. Su mirada estaba puesta fijamente en el bosque. Se dió cuenta entonces, que esa iba a ser la segunda vez que iba a buscarlo al bosque. Como si le hubiera abandonado dos veces.

—¡Fenrir!

Ya en el centro del bosque, continuó adentrándose aún más a él. Pasó por encima de las raíces sobresalientes del suelo y se inclinó sobre los arboles para mantenerse estable a medida que avanzaba.

—¡Fenrir!

Su respiración comenzó a agitarse ante el esfuerzo que suponía escalar la empinada de una pequeña cima. Se aferró a las ramas para impulsarse y gimió de dolor.

—Fenrir.

Cuando llegó arriba, las hileras de los arboles parecían extenderse frente a ella. Gateó forzosamente sobre la tierra, murmurando el nombre de su lobo con mayor dificultad. Se acostó de espalda, llevándose un mano al costado y observó las copas de los arboles con los ojos húmedos.

—Lo siento mucho, Fenrir.—susurró en sollozos. —Vuelve conmigo, te necesito...

Minutos más tarde, Athelstan logró encontrarla y corrió hacia ella cuando la vió en el suelo. Sus rodillas impactaron contra la tierra y tocó la cara pálida de la muchacha.

—Gyda.—llamó, sacudiendo sus hombros para despertarla. Al no ver respuesta, la tomó entre sus brazos.—Dios, ayúdala.—suplicó mientras comenzaba a alejarse hacia otro camino menos empinado.

A medida que avanzaba hacia el pueblo, se asustó ver que aun no despertaba. Las primeras personas que vivían en el extremo del bosque empezaron a susurrar entre ellos con preocupación.

—¡Ayuda!—gritó Athelstan, sin detenerse.

Su hermano Björn fue le primero en aparecer cuando Athelstan llegó a la casa de Ragnar. Ambos la metieron dentro. Ragnar se separó de Aslaug de inmediato, ordenándole que hiciera lugar para acostar a Gyda en sus aposentos.

—¿¡Qué sucedió!?—exigió Ragnar, apartando el cabello húmedo de su hija.
—Fue a buscar a Fenrir, la encontré en el suelo.
—Tiene fiebre. ¡Traigan agua con un paño! Björn llama a tu madre.

Ragnar miró con ojos angustiosos a su hija mientras acariciaba su mejilla.

—El lobo no apareció, ¿verdad?—peguntó él.
—No.
—Le ha tomado mucho cariño, y sé que estará devastada si despierta sabiendo que él no nunca llegó. Iré a buscarlo.
—Te acompañaré.—dijo Athelstan con firmeza.

Gyda Lothbrok: Madre del Gran Fenrir -Ubbe Ragnarsson-(editando)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora