Regalos.

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La sonrisa del Rey Ecbert era insinuante y Gyda deseaba borrársela con sus propias manos

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La sonrisa del Rey Ecbert era insinuante y Gyda deseaba borrársela con sus propias manos. Sin embargo, despejando su sorpresa, su madre no dijo nada más y dió orden para seguir avanzando hacia la granja inglesa.

El rey ni siquiera reparó en ella cuando se puso de pie junto a Lagertha y la acompañó al carruaje.

—Estás enojada.—comentó Athelstan una vez a solas.
Gyda alzó sus ojos fulminantes hacia él.
—Tu rey es muy valiente para decir aquello. Y no me agrada que se interese en mi madre.
—Él no es...
—Por como te trata, parece no querer dejarte ir de nuevo.

Tomándola desprevenida, Athelstan se acercó a ella bruscamente y fijó sus cristalinos ojos en los suyos. Fenrir gruñó en advertencia, pero por primera vez, Athelstan no se veía afectado.

—Te noto distante conmigo, estás a la defensiva. ¿Acaso hice algo?

Gyda no sabía realmente qué responder a eso, porque si lo expresaba como estaba escrito en su cabeza, sonaría infantil. Y ahora que lo pensaba con claridad, era estupido.

Acercándose al frente de Fenrir, musitó:

—Todo esto me pone nerviosa. No confío en el rey, en sus soldados y en todo lo que tenga que ver con Wessex. No te lo tomes personal, Athelstan.—mintió.

Gyda se alejó de él, pasando entre las personas que empacaban sus cosas para continuar el camino. No tuvo que informarle a su madre que iría caminado de nuevo. Tan sólo siguió a los demás en silencio.

Una vez que salieron del bosque y llegaron a la extensa granja, Gyda analizó con ojos de halcón el sitio con aspecto abandonado. Las casas que había distinguido a lo lejos, se veían viejas y desgastadas. Cada una de ellas estaban construidas en diferentes direcciones alejadas una de las otras. Había gente allí, cuyos ojos precavidos no ocultaron su desagrado.

—El Rey Ecbert ha arreglado con algunos obreros que trabajaban aquí para ayudarnos a cultivar la tierra. —informó Athelstan.

¿Había arreglado o obligado? Esa era una gran diferencia.

Gyda no pudo evitar sonreír internamente cuando los obreros, que se habían acercado a ellos, miraron con ojos saltones en dirección de Fenrir. Que le temieran era una buena señal.

Athelstan detuvo la carroza y vió a su madre bajar de un salto. Gyda se aproximó a ella, caminado a su lado con los ojos puestos en los obreros, quienes habían tomado sus herramientas de madera con una risa que no le gustó en absoluto. Hablaban en su idioma y Gyda deseó saber qué decían. Por fortuna, su madre también lo notó:

—¿Qué están diciendo?
—Están diciendo que sus abuelos utilizaban algunas de estas herramientas.—explicó Athelstan con una ligera sonrisa.

Vaya, se dijo Gyda. ¿Cuan avanzado estaban entonces?

Athelstan las dejó caminar en privado por un momento y así contemplar todo con más libertad. Pero en cuanto el rey se asomó, Gyda se volteó hacia él con ojos atentos. En sus manos llevaba un puñado de tierra húmeda.

Gyda Lothbrok: Madre del Gran Fenrir -Ubbe Ragnarsson-(editando)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora