Tras sobrevivir a una fuerte epidemia que acabó con la mitad de Kattegat, Gyda, la única hija de Ragnar y Lagertha, se había ganado el temor de los habitantes del pueblo del cual su padre gobernaba. Nadie podía acercarse a ella, nadie podía lastimar...
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Tres años después.
Hedeby, Scandinavia
Gyda Lothbrok mantuvo sus rodillas flexionadas y procuró no mover ni un solo músculo mientras permanecía en una posición agazapada. Los arbustos que la ayudaban a ocultarse, se movieron en un vaivén cada vez que el viento gélido soplaba en su contra, haciendo que las hojas se entreabrieran y que Gyda tuviera una mejor visibilidad a lo que tenía enfrente.
Con absoluta calma y sin quitar sus ojos sobre el ciervo, alzó cuidadosamente su arco y tensó la cuerda. Cerró un ojo, apuntó el filo de la flecha hacia la cabeza del animal y dejó salir su respiración en un silencioso silbido para así relajar su brazo.
El ciervo alzó velozmente su cabeza, y tanto ella como el animal, no tuvieron tiempo a reaccionar cuando una gigantesca figura oscura se abalanzó sobre el animal. El suelo tembló en su caída y por un segundo Gyda creyó que su corazón se había detenido. El gran cuerpo de Fenrir apenas dejaba al ciervo a la vista. Él clavó sus colmillos sobre la yugular y rompió su cuello. Sin más miramientos, se sentó sobre sus patas y comenzó a despedazar la piel del ciervo.
Rodando sus ojos, Gyda bajó el arco y se puso de pie, saliendo de su escondite con un suspiro de derrota. Fenrir movió su cola en cuanto alzó sus ojos hacia ella y continuó comiendo sin problema. Ahora que Gyda sabía cazar, tenía que competir con él, lo que había sido enriquecedor y divertido en su momento. Sin embargo, Fenrir dejó de seguir las reglas cuando comenzó a robar lo que ella había cazado. Notó que comía el doble que antes. Su apetito era insaciable y mientras más comía más grande parecía hacerse. Gyda no estaría preocupada si no fuera por la vez que Fenrir le había gruñido para alejarla del animal que ella misma había conseguido. Se había sorprendido y no tuvo otra opción que alejarse. No podía luchar contra un lobo del tamaño de un caballo. Fenrir se veía capaz de comerla en un bocado. Pero a pesar de ese pequeño incidente, él parecía ser el mismo de siempre. Caminando a su alrededor, durmiendo contra ella, y simplemente observando detenidamente las cosas. El miedo a que atacase a alguien del pueblo comenzó a hacerla dudar de él. Porque si le había gruñido a ella, ¿que garantizaba la protección de las demás personas?
¿Acaso dejarlo atacar al rey Horik había repercutido en su nueva actitud?
—Era mi ciervo, Fenrir.—replicó, caminando lejos de él para adentrarse más al bosque y poder encontrar algún otro animal.
Ya de camino al pueblo, Gyda arrastró el cuerpo de un venado con cierto esfuerzo. Miró de reojo a Fenrir, quien caminaba a su lado con tranquilidad. Se sintió pequeña al caminar con él. Los pueblerinos la vieron llegar y se alejaron sutilmente de ella. La noticia de la muerte del rey Horik circulaba de oído a oído. Se contaba que los gritos de agonía se habían escuchado a kilómetros y que el gran lobo se lo había devorado. Por lo que todo el mundo sabía de lo que Fenrir había hecho.
Gyda se adentró entre las pequeñas casas y se dio la vuelta hacia Fenrir. —Sentado. Buen chico.—tuvo que alzar su brazo para acariciar su cabeza. Luego se acercó a la puerta de una humilde casa y golpeó la puerta.