Uno

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¡Ah, Nueva York! ¡Si me hubieran dicho alguna vez que algún viviría aquí, no me lo habría creído!.
Y sin embargo, todo lo que hay aquí me inspira: Central Park, los vendedores en las aceras, el gentío casi constante, los barrios ecléctico y llenos de vida.

Incluso me sorprende ver que me gusta la excitación constante que reina aquí.

Me gusta madrugar, dicen a que a quien madruga. Dios le ayuda. Y eso es mas bien algo bueno, soy ambiciosa.
Además, tengo un monstruo peludo que no se olvida de llamarme al orden para su paseo matutino.

Bob y yo, tenemos una historia muy particular. Algo inexplicable. No estaba previsto en mis planes.
Vi su carita mona, y hubo algo extraño.

Desde entonces, él y yo, vivimos juntos en mi pequeño estudio. Su compañía me recuerda lo bien que hice eligiendo quedarme con el.
Dos almas solitarias, bien dispuestas para hacer una parte del camino juntas sin pelearse ni ignorarse como hacen todas las parejas que conozco.

Bob es un bulldog francés. Un físico robusto y potente que puede hacer que aparente ser un perro peligro.
Pero en realidad, es ultracariñoso y le encanta juguetear. Su gran pasión es correr durante horas siguiendo su pelota de tenis en Central Park.

¡Voy tarde! Como siempre.

Le hecho una mirada a Bob que delata mi motivación y, después de haberle acariciado, salgo del apartamento dirección las calles abarrotadas de la cuidad.

Lo que me gusta de NuevaYork, más allá de todos esos chicos guapos en traje y corbata que se dirigen a la conquista de Wall Street, son los coches de lujo.

Lo que yo prefiero por encima de todas las cosas, son los coches de carrera.

Lo demás... no me hace soñar.

Creci con un padre adicto a la mecánica. Un auténtico purista.
En el pueblo perdido en el que vivía, no había mucho que hacer. Así que terminamos metiendo las manos en el motor.

Aun recuerdo la cara de mi madre cuando nos veía a los tres, los domingos por la tarde, mirando el motor del break para bricolar.
Mi hermano pequeño, Diego, mi padre y yo, volvíamos a casa cubiertos de aceite de motor y de grasa.

Pero pasábamos tantos buenos momentos. Guardo recuerdos maravillosos... ¡Todo eso me parece tan lejano!

La pasión por los buenos coches, es una herencia familiar que compartimos, al igual que los hoyuelos en las mejillas cuando sonreímos.
Diego y yo siempre hemos sido muy cercanos. Muy fusionales. Es mi peque protegido.

La prueba es que, en cuanto me instalé en Nueva York, abandonó el nido para venir conmigo.
Evidentemente, el tiene su apartamento, sus colegas y su vida. Pero sabe que yo no ando lejos por si acaso, y eso marca la diferencia.

Por cierto, hace dos días que no tengo ninguna noticia de él, eso para nosotros es una eternidad.

De repente, oigo un grito estridente mezclado con un chirrido de neumáticos y levanto la vista a la velocidad de la luz.

¡Un coche se precipita hacia mi!

Pego un brinco un poco loco para apartarme y me llevo la mano al pecho, chocada.
El coche frena en seco y se para por fin a dos milímetros de mis pies.

Aprieto los dientes, totalmente escandalizada por lo que acaba de pasar.

Luego levantó los ojos, absolutamente decidida a entrarle a saco a ese loco al volante.

Me quedo boquiabierta ante la carrocería que tengo de pronto ante mis ojos.
¡No puedo creer lo que estoy viendo, no puede ser!.

Tengo ante mi una auténtica joya. Un Lamborghini Aventador de color rojo pasión. ¡Una pasada!.
Motor V12, me imagino. Este cohete pasa de los 0 a 100 kilómetros por hora en tres segundos como máximo..... y no es el más bajo de la gama. Un S Roadster.... Vaya, vaya ¡esta no me la esperaba!

Mᴀᴛᴇᴏ Donde viven las historias. Descúbrelo ahora