Capítulo 11

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“¿Quién eres tú, que entre nocturnas sombras sorprendes de este modo mis secretos?”

William Shakespeare

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El silencio nos gana por varios minutos, yo sonrío, él me mira fijamente con sus ojos electrizantes. Necesito enterrar mis dedos en sus perfectos rizos y comérmelo, completo. Pero teniendo en cuenta su actitud hacia mí seguramente me rechazaría, y eso sería dar un paso en falso.

Con Oliver hay que ir paso a paso, y antes de intentar algo tengo que sacarle unas cuantas verdades, aunque para eso tenga que contar las mías.

—¿Miramos los registros de visitas del hospital? —pregunta y su voz suena muy forzada.

Él sabe que solo está posponiendo lo inevitable.

—¿Qué? —pregunto porque apenas le ponía atención a sus palabras.

—Pensé que te habías quedado para eso —eleva sus cejas y luego se le escapa una risita.

Luego de esto voy a tener que escurrir mis bragas, la tensión es demasiada, me hace sentir tonta, idiotizada, solo alterno mi mirada entre sus ojos y sus labios.

—Me quedé porque quiero confiar en ti —lo contradigo y él se vuelve a reír.

—Te quedaste por otra cosa, Amaya, no necesitas fingir que eres una niña ingenua conmigo —se baja del brazo del sofá para sentarse a mi lado.

—La noche es larga, puedo haberme quedado por muchas cosas —le doy vueltas al asunto porque siento que si voy directo a mi objetivo se escapará.

Estrategia pura.

—¿Tú viste el rostro de mi hermano cuando se fue? Lo que sea que estés imaginando no pasará.

Maldición, fue un absoluto error meterme con el hermano más sensible primero.

—Apenas lo conozco, dudo tener el poder de romper su corazón —le resto importancia con un poco de ironía.

—No, pero podrías romper su autoestima y eso se me hace más grave.

—¿Eres el hermano mayor?

—No.

—¿Cuánto te lleva?

—Eso no importa —responde con fastidio—. Deja las preguntas, pongámonos a hacer algo productivo.

—¿Besarnos cuenta como algo productivo? Yo digo que sí…

Suelta una risita y niega con la cabeza.

—Veo que no le temes al rechazo.

—Cuando íbamos en tu auto, te pusiste duro solo porque te toqué la pierna. Me niego a aceptar que no te gusto.

La arrogancia no abandona su semblante, sus ojos bajan pon mi cuerpo y vuelven a los míos, él genera tensión, mis bragas pagan las consecuencias.

—Yo nunca he dicho eso… —estira su mano hacia mí y pone mi cabello detrás de mi oreja— Tú representas para mí una simple tentación, y podrías sorprenderte por el excelente autocontrol que poseo.

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